¿Ustedes también están hartos del VAR? De acuerdo, en los partidos de Liga hay menos errores o, como a algunos les gusta repetir y repetir, menos «injusticias». A mí me chirría hablar de «injusticia» cuando se trata de un puñetero partido de fútbol, y no del salario mínimo, de la situación de la mujer en ciertos países a los que tratamos con una cortesía exquisita o del comercio con seres humanos, pero ya sé que decir estas cosas es demagogia, populismo y bla, bla, bla. O sea que sí, que el VAR ha traído más justicia al fútbol. ¿A cambio de qué? A cambio de no poder celebrar un gol hasta que el Ojo Todopoderoso lo dé por válido, a cambio de que no se sabe quién manda en un partido de fútbol, a cambio de no tener claro qué cosas hay que tener claras. A cambio, sobre todo, de que el fútbol se vuelva más feo. Éric Cantona, el futbolista francés injustamente famoso (¿ven qué fácil es utilizar la palabra «injusto» en fútbol?) más por haber dado una patada voladora a un aficionado del Crystal Palace que por su fantástica manera de jugar al fútbol, dice que un artista es alguien que puede iluminar un cuarto oscuro. Por eso Cantona se niega a diferenciar entre el pase de Pelé a Carlos Alberto en la final de la Copa del Mundo del 70 y la poesía del joven Rimbaud, porque en cada una de esas expresiones humanas (el pase y el poema) hay una expresión de belleza que nos conmueve. Si Cantona tiene razón, entonces utilizar el VAR en el fútbol es como utilizar el VAR en la poesía, una perversión tecnológica que analiza con frialdad de cirujano el pase de Pelé y los poemas del joven Rimbaud. ¿Cómo puede conmovernos un delicado pase de un futbolista como Pelé o un poema en el que Rimbaud muestra un inmenso y racional desarreglo de todos los sentidos si tenemos que esperar a que el VAR diga la última palabra? ¿Es el arte compatible con dos minutos de ridícula espera hasta que alguien en un cuarto oscuro decida que el gol fue legal o que el futbolista estaba en fuera de juego? Puede que el VAR ilumine a los fanáticos de la «justicia» en el fútbol, pero jamás iluminará un cuarto oscuro como lo hacía Pelé o Rimbaud. Y aún diría más. Armand Jean du Plessis, más conocido como el cardenal Richelieu, tiene muy mala fama por culpa de Alejandro Dumas, que en la novela «Los tres mosqueteros» muestra al cardenal como enemigo de los maravillosos Athos, Porthos, Aramis y D´Artagnan, pero fue un estadista fascinante y terrible al que Francia, y el mundo, deben una determinada concepción del Estado y del poder. El legado de Richelieu es inmenso, y una de sus citas más conocidas pude ayudarnos a entender el VAR. Dijo, o dicen que dijo, el cardenal Richelieu: «Dadme seis líneas escritas de su puño y letra por el hombre más honrado, y encontraré en ellas motivos para hacerlo encarcelar». ¿No les suena de algo? Dice el VAR: «Dadme una jugada con seis pases elaborada por el equipo más honrado que termine en gol, y encontraré en ella motivos para hacerlo anular». Si aplicamos el microscopio al fútbol, cualquier jugada puede ser ilegal. Un toquecito, un agarroncito apenas visible a simple vista, un pie que está dos milímetros en fuera de juego, un roce del balón en la mano que no vería ni el mismo Linceo, uno de los hombres que acompañaron a Jasón en su viaje en busca del vellocino de oro y que tenía una vista tan excepcional que era capaz de ver a través de los objetos. ¿Dónde ponemos los límites? A mala hostia, dicen Faemino y Cansado, todo vuela. Con las gafas de Richelieu, seis líneas escritas de nuestro puño y letra pueden llevarnos a la cárcel. Si dejamos que el VAR tome las riendas del fútbol, cualquier jugada puede ser anulada por falta o fuera de juego. Con la cámara superlenta, todo es delito. Pelé y Rimbaud contra el cardenal Richelieu. ¡Vivan el fútbol y la poesía!