Los hospitales madrileños realizaron un total de 820 trasplantes de órganos a lo largo de 2018. Trasplantes de riñón, hepáticos, cardíacos, pulmonares, de páncreas y hasta multiviscerales. Una barbaridad de carácter mecánico, pero también químico y fisiológico, no sé. Una proeza cotidiana, valga la contradicción, porque una hazaña diaria es una anti-hazaña. Todavía recordamos los primeros trasplantes de corazón, cuyos beneficiarios vivían unas horas, unos días con suerte, tal vez unas semanas. Ahora hay gente que lleva veinte o treinta años usando unos riñones ajenos, un corazón extraño, un páncreas intruso, y no pasa nada. Ahí están, a nuestro alrededor Hace años, un familiar mío entró en el hospital con muerte cerebral. Los médicos nos dijeron que su hígado se encontraba en muy buenas condiciones para ser trasplantado y dijimos que sí, que se lo dieran a quien le hiciera falta.

Leo la noticia de los 820 trasplantes en el metro, de camino a la radio, y luego levanto la vista para observar a mis contemporáneos (y contemporáneas, que con el genérico no alcanzo). Es posible que alguna de estas personas lleve dentro de sí el hígado del ser querido cuyos restos incineramos después de que le sacaran la preciada víscera. Tal vez esta señora que acaba de sentarse a mi lado esté viva gracias al órgano de mi familiar muerto: al pedazo de mi ser querido. Estamos hechos de pedazos que creemos propios, pero que sirven para cualquiera, no importa su sexo ni su nacionalidad ni su carácter. Funcionarían igual en un francés que en un catalán, en un individuo extrovertido que en un tímido.

Los hígados no tienen nacionalidad ni psicología. Los riñones tampoco, ni el páncreas, ni el corazón. Pieza a pieza no somos norteamericanos ni uruguayos, no somos nerviosos ni tranquilos. Pero el conjunto sí. El conjunto necesita una bandera, una individualidad, un yo. La señora se baja en Gran Vía y voy detrás de ella por los pasillos del subterráneo, que tienen algo de intestino. Tomamos las mismas escaleras mecánicas y, ya en la calle, ella se va hacia la derecha y yo hacia la izquierda. Me despido mentalmente de su hígado como si fuera el de mi madre y regreso poco a poco a mis preocupaciones cotidianas.