La rebeldía de la juventud nace de un pensamiento sencillo e inconforme: «Podría estar mejor». Con el tiempo avanzas hacia una realidad marchita, con el tiempo te mueves con freno de mano y piensas: «Podría estar peor».

La otra noche me invitaron al fútbol, tuve esa suerte, y en otra época, desde lo alto de la grada y con la remontada de última hora, viendo a los desconocidos que se abrazan y la agitación colectiva irrefrenable, viendo de cerca el gutural y clásico desparrame, en otro tiempo hubiera pensado que podría estar mejor, que a ver cuándo a mi equipo le toca una de esas. Pero, en lo alto de la grada y saboreando mi cordura paralela frente a la alegría cercana e íntima y sin embargo ajena, pensé que podría estar peor, que podría ser uno de esos que se fueron del campo en el minuto 89 y se perdieron los goles, la tangana y la fiesta, se perdieron la inyección de motivos para seguir viviendo durante un tiempo, al menos durante otra semana.

Porque irse del campo en el minuto 89 en un partido así, en el culmen de una eliminatoria pirotécnica, es algo que no entiendo. Tolerancia cero. Irse del campo en el minuto 89 en un partido así: ni puta idea de fútbol y ni puta idea de nada, la verdad, lo siento.

«Podría estar mejor» es un pensamiento peligroso. Yo se lo cedo a los valientes, porque si algo me ha enseñado el infrafútbol es que nunca tocas fondo. De joven, tarde o temprano, a todo el mundo le solía pasar al menos una vez esto: dejar a tu pareja y no tardar en arrepentirte luego. Darte cuenta de que no estabas tan mal, de que todas las personas tienen defectos y familia que conocer, cuñados y suegros, y otros amigos pesados y otras manías incomprensibles, como las tuyas o parecidas, y que volver a pasar por todo eso no merece la pena. Para eso te quedas como estabas, que no era para tanto, que la imperfección nos hace bellos, que podrías estar peor, que tanto lío no compensa. Con suerte tu pareja piensa lo mismo y estás a tiempo de volver y de comprobar una vez más que el principal motor de la fidelidad es la pereza. La pereza es el principal motor de una vida simple y feliz, pero nos cuentan lo contrario porque el sistema odia la pereza, al sistema la pereza no le interesa.

Esto de dejarlo y volver le pasó a un amigo: llamémosle Enrico. Intuyo que es lo que le ha pasado a Fernando Roig con Javi Calleja.

Sé que no es así, pero miras los periódicos y los telediarios y piensas que solo pasan cosas malas en el mundo. Necesitamos refugios. Mi refugio estos días ha sido Youtube, con los vídeos de los premiados en los Goya de las últimas décadas. Me gusta ver a la gente feliz, es un defecto que tengo. Santiago Segura recogió el premio a la mejor dirección novel, por Torrente en 1999, y dijo: «Que sepáis niños, que cuando crezcáis no quiero que seáis como Torrente». Veinte años después podríamos estar peor y podríamos estar mejor, según se mire, ahí te lo dejo.

Siempre que veo una gala de estas, con tanta película que no sabía que existía, me pregunto si los periodistas de cine ven todas las películas antes de opinar de ellas o hacen como los periodistas deportivos con los partidos de fútbol. Es una duda que tengo.