Subir por esa escala, callando, hacia arriba, hacia la luz./ ¡Alcazaba mía malagueña!/ Subir por la sombra, presintiendo arriba todavía el agua antigua de la fuente que fluye./ Subir con el corazón que ahora sufre, solo, creído». Nos canta Vicente Aleixandre en el comienzo de su poema Subida a la Alcazaba.

Subir a la ciudadela en la actualidad es ascender, como rezan estos versos, con el sentimiento encogido por el sufrimiento que padece este palacio fortaleza ante la enfermedad del tiempo, que junto a las copiosas lluvias del pasado otoño, están deteriorando de forma muy alarmante su estructura.

Este emblemático lugar donde se conjugan la historia y la belleza y en el que en tan solo unos metros se puede observar la fusión de las culturas romana, árabe y renacentista, lo cual genera que sea el espacio artístico más visitado de la ciudad, se encuentra doliente.

El desmoronamiento de un tramo de la muralla norte del castillo en noviembre y el desprendimiento hace unos días de un tramo de muro en la zona sur de la Alcazaba, que da acceso al paseo de Juan Temboury, se hallan apuntalados, haciéndose patente el penoso estado de conservación de este representativo complejo.

Lamentablemente, la Gerencia Municipal de Urbanismo, al día de hoy, aún no tiene redactado el proyecto de revisión y restauración de la Alcazaba y del Castillo de Gibralfaro para frenar el continuo desperfecto de este Bien de Interés Cultural. De nuevo, nos sumergimos en el mar oscuro de los trámites burocráticos entre administraciones que solo conducen a la permisividad del deterioro progresivo de nuestro patrimonio cultural, muy perjudicial para la supervivencia de nuestra identidad. Aceleren los procesos: diagnóstico y rehabilitación integral de este entorno ya.