Los estallidos en el patio la activaron. Me refiero a mi parte femenina, de la que nos habló Freud. Llevaba días revolucionadilla, y el pasado domingo explosionó. Eran las tantísimas de la madrugada del lunes cuando me despertó a base de zangolotearme el cerebro.

-¡Tengo que hacer algo! -gritaba.

Antes de seguir, sepa, amigo leyente, que cuando mi parte femenina dice «tengo que hacer algo», aunque le parezca mentira, siempre se refiere a mí. Y, que conste, lo único femenino que vive permanentemente en mí es el recurrente objeto de mis deseos.

-Es deleznable y sectaria, machista, excluyente, viciosa, depravada, pervertida, disoluta, desmañada, torpe, pecadora de la pradera... -gritaba indignada una parte de mi cerebro mientras la otra parte, adormilada, la escuchaba alarmado.

La parte que gritaba se refería a la ideíta de marras del Gobierno del Estado respecto del relator, y al infortunio con que doña Carmen, la vicepresidenta, la expresó. Mi parte femenina estaba tan estrepitosamente indignada que decidí dar por finalizado mi descanso. Tras la ducha y el café matutino de rigor no logré aislarme del soniquete feminista, así que me dirigí al despacho. Lo hice a pie, para que el viento mañanero me despertara. Total, a esa hora tempranera, sólo estábamos a 4º. Mi intención no era otra que, primero, enfriarle las ideas a mi parte femenina, y, seguidamente, embeberla en el trabajo para que me dejara respirar.

Consciente de lo sobrado de tiempo que iba, para entretenerme, decidí dedicar mi paseo a mirar escaparates. Y héteme allí que, sin quererlo, con esa decisión «inocua», propicié lo que terminó siendo un allegro vivace a capela de mis neuronas femeninas, que aún ahora, mientras escribo, me mantienen atrapado.

Mi primera parada la llevé a cabo en un escaparate de ropa de alta montaña en la que los maniquíes eran varones. A pocos metros me detuve ante una camisería a medida de gran renombre. Acto seguido, siguieron una tienda de deportes y una de sombreros cuyos escaparates solo exponían ropa masculina, pero inmediatamente después todo cambió:

Me detuve frente al escaparate de una zapatería en la que un desconocido impulso me llevó a estar dos minutos mirando zapatos de caballero y quince minutos mirando zapatos de señora. Mis siguientes pasos me llevaron a una tienda de cosmética cuyo escaparate solo exponía productos para señoras. Posteriormente fue una óptica en la que las gafas de caballeros no llamaron mi atención, pero las de las damas sí que lo hicieron. Así fue mi periplo durante más de una hora. De repente, me encontré frente a un escaparate de ropa interior de señora que me extasió: decenas de braguitas clásicas, brasileñas culottes, tangas, bóxers, cacheteras..., picardías, bodis, corsés, pantis, conjuntos baby doll, ligueros... acapararon toda mi atención, y no porque despertaran mi instinto y mi libido imaginando estas prendas ciñendo el cuerpo femenino de mis sueños, sino porque, no se lo pierda generoso leyente, las intuía en mi propio cuerpo y disfrutaba... Mi parte femenina, aquella que nos explicó don Segismundo, se había apoderado de mí, despersonalizándome.

Asustado, corrí al despacho, me encerré y me dirigí a ella:

-¡¿Qué quieres de mí?! -pregunté, ásperamente, a mi parte femenina.

-Que le digas al mundo entero que doña Carmen, además del circo que ha montado con la figurita del intermediador de marras, flaco favor le ha hecho al feminismo. Que le recuerdes que ser sedicente feminista es una cosa y ser defensora es otra. Que le grites que si un relator era capaz de no sé qué quería doña Carmen, una relatora también lo habría sido. Y más brillantemente, seguro... -me respondió.

Y, ea, dicho está.

Caray, mi alivio ha sido inmediato, especialmente después de visitar una tienda de lencería on line y no haber sentido ningún impulso irrefrenable de comprármela.

Por cierto, mientras se retiraba, mi parte femenina me ha bisbiseado que el jueguecito de los dicterios y las banderas del pasado domingo es un mal juego, que ya nos advirtieron los sabios que ut sementem feceris ita metes. O sea, que recogeremos lo que sembremos. Y, en este punto tampoco viene mal recordar a Thomas Man: no hay que hacer deprisa lo que es para siempre.

Sin que tenga nada que ver con juegos, banderas ni sabios, pero sí con Thomas Man: mal ha empezado Ciudadanos su estrategia turística para Andalucía. Mal, rematadamente mal...

Ja parlarem.