Quizá estemos lanzando paralelismos futboleros por encima de nuestras posibilidades, pero aquí va uno más. Pienso en el Partido Popular. Antes peleaba por dominar el centro del tablero y ahora se esfuerza por demostrar que puede estar más a la derecha que cualquiera. No se puede decir que se le vea incómodo. No se puede decir que haya tenido que estudiar mucho para eso. No se puede decir que le salga forzado. No son Cesc Fàbregas jugando de falso nueve, realizando un ejercicio de adaptación contra natura. Al contrario. El tema fluye, las barbaridades suenan convincentes. Son como aquellos que levantaban rápido la mano en clase cuando el profesor preguntaba algo y sabían la respuesta. Ese resorte de alerta automática. No parece que tengan ni que entrenarlo, la lección les sale de corrido y sin pensar, directa desde la memoria del fango. Son más Raúl jugando por detrás de Morientes, desde el primer día un reloj, como si llevaran toda la vida en ello.

Ahora es tiempo de políticos tensos y clásicos anodinos. Nos iba mejor con clásicos tensos y políticos anodinos. El Barça-Madrid no es lo que era. La ida del cruce de Copa no pasó de atracción turística. Ya ni se pegan. En el Camp Nou hubo al menos cierta coherencia. El gol del empate definitivo lo marcó Malcom. Espero que alguien titulara Malcom X. Seguro que alguien dijo que la eliminatoria se decidirá en la vuelta. En la Vuelta a España. Ojalá una bici para Messi y otra para Benzema, y el primero que suba el Angliru consigue el pase a la final de Copa.

Parafraseando a Auster se podría decir que los Barça-Madrid, aquellos derbis pirotécnicos, fueron la forma que encontró España para odiarse sin destruirse. A ver si va a tener que volver Mourinho para canalizar rencores y fobias hacia los escenarios inofensivos y por lo tanto adecuados. Confío de momento en los que quedan, yo qué sé, Luis Suárez o Sergio Ramos.

También pasa que aquellos clásicos pirotécnicos que ahora añoro me parecían una pesadez entonces, tanto lío, tanto intensito, tanto jaleo. También pasa que da igual lo que nos parezca. Aquello no volverá. Algunas cosas, como los globos, no vuelven, y no se puede hacer nada. Lo dice la voz en off del episodio 8 de Pocoyó, titulado con acierto didáctico, titulado con un torrente inapelable de lógica, El globo de Pocoyó.

El fútbol de los que ganan es diferente al fútbol de los mortales, ya se sabe. Lo importante en un restaurante no es tanto que tus hijos se porten súper bien, sino que aparezcan otros niños que se porten todavía peor. Con eso alivio y satisfacción, con eso estás salvado. Lo importante en el fútbol de los mortales no es tanto que tu equipo juegue súper bien, sino que aparezcan otros equipos que jueguen todavía peor. Con eso alivio y satisfacción, con eso estás salvado, con que haya tres o cuatro así no bajas y lo demás siempre se puede remediar, o algo.

Este año a mi equipo le toca sufrir. Esa pregunta nos la sabemos. Nos sale natural en el fútbol mortal. Ese resorte de alerta automática. No tenemos ni que estudiarlo, nos sale de corrido y sin pensar, directo desde la memoria del fango.