El libreto venía a decir lo siguiente: que había que empujar con mucha, mucha fuerza pero despacito, para ir moviendo el armario; que los que tenían que hacer cumplir el orden legal para que el armario no se moviera debían mirar para otro lado, silbando; que había que fingir, con leguleyadas infumables (y los letrados del Parlament se negaron a fumar), que era un cambio legal; que el 1-O había que hacer un simulacro creíble de referéndum, aunque no se cumpliera ni uno de los requisitos de una consulta democrática; que era crucial quedar ante el mundo y sus cámaras de víctimas, y los otros de verdugos; que, por supuesto, no había que preocuparse de la otra mitad de catalanes, pues en el fondo no eran catalanes; y, en fin, que habiendo un libreto cerrado, y estado mayor, y roles repartidos, todo debía parecer espontáneo. Esa es la farsa que el juicio debería poner en claro.