Las riberas del lago de Como, una de las joyas del norte de Italia, se asocian a un mundo estéticamente anclado en los hermosos grabados de la segunda mitad del siglo XIX. Con la evocación de aquellas damas paseando con sus parasoles a lo largo de sus orillas. Unas y otras, siempre mágicas. Hace una década, ya jubilado, en compañía de mi mujer, visitamos allí uno de los hoteles más elegantes del mundo: el Villa d'Este en Cernobbio. Le debe su nombre y su existencia a una de ellas: la princesa Carolina de Brunswick-Wolfenbuttel. El hotel se levantó en 1873, en el lugar donde estuvo durante tres siglos el palacio que se construyó en 1568 para el cardenal Tolomeo Gallio. La Villa Garrovo. Obra maestra del gran Pellegrini Vasolda. En 1814 la princesa Carolina, esposa del Príncipe Regente británico, consiguió convencer a su propietaria, doña Vittoria Peluso, marquesa viuda de Calderara, para que se lo vendiera. La marquesa era la famosa Pelusina, adorada por sus admiradores de la Scala. La princesa Carolina convirtió la antigua Villa Garrovo en una corte encantada, al servicio de su espíritu y su sensibilidad. Como nunca le gustó el nombre del palacio decidió rebautizarlo: la Villa d'Este. Como aquel otro legendario alcázar, 700 kilómetros más al sur, ya cerca de Roma.

Cuando dejamos el Hotel Villa d'Este y bordeamos hacia el norte las aguas comascas se llega a la Villa Carlotta, en el pueblecito de Tremezzo. Sigue siendo un lugar tan bello como el que pintara en 1823 Giuseppe Bisi. Entonces la llamaban la Villa Sommariva. Hoy en día somos afortunados los viajeros a los que se nos permite visitarlo mediante el pago de una casi simbólica entrada. Son inolvidables las vistas desde la terraza. Los jardines, de la gloriosa escuela italiana, con sus fuentes, escalinatas y estatuas enmarcan el lago de Como con la península de Bellagio al fondo. Fue esta mansión el regalo de boda de la princesa Mariana de Nassau a su hija Carlotta en su enlace con el duque de Sajonia-Meiningen. Desde la Villa Carlotta se divisan también en la orilla opuesta la Villa Serbelloni (otro hotel espléndido) y la Villa Melzi.

Cuando preguntamos a los lugareños sobre las curiosidades turísticas del entorno, nos contaron que en Giulino di Mezzegra, muy cerca de la Villa Carlotta, los partisanos de la resistencia fusilaron el 28 de abril de 1945 al Duce Benito Mussolini. Caudillo y fundador de los Fasci di Combattimento, el núcleo primigenio del estado fascista italiano. Después vino aquella efímera República de Salò. Al final el Duce se convirtió en un títere de Hitler. También fusilaron los partisanos a su amante, Clara Petacci, aquella trágica princesa sin corona y a los gerarchi que los acompañaban. Fue a las 4 de la tarde. En un paredón de la Villa Belmonte. Lago arriba, en Dongo, camino ya de la frontera con Suiza, en un control de carreteras de los guerrilleros antifascistas, descubrieron al Duce y a sus compañeros de viaje. Intentaban huir de Italia, camuflados en un convoy del ejército alemán.

Los cadáveres acribillados fueron expuestos en Milán al día siguiente. En el Piazzale Loreto. Céntrica plaza en la que la Gestapo y sus colaboradores italianos habían ejecutado el 10 de agosto de 1944 a 15 partisanos. Allí, los cuerpos de Mussolini, Claretta Petacci y los jerarcas fueron colgados por los pies de la estructura metálica de una gasolinera. Aquel sangriento ajuste de cuentas se convirtió en una de las más famosas fotos del crepúsculo de los dioses del fascismo europeo de aquella época. Alguien había sujetado la falda de Clara Petacci con una cuerda, para evitar que las partes más recatadas de su cuerpo quedaran a la vista de la multitud. Es evidente que en el Piazzale, alguien fue capaz de sentir piedad y respeto por los restos mortales de aquella infeliz mujer.