He leído un folleto de la Junta de Andalucía con los requisitos que deben cumplir los llamados «pisos turísticos», esa peste moderna que está convirtiendo los centros de algunas ciudades en un auténtico infierno.

Se exige, por ejemplo, que las viviendas estén amuebladas, tengan elementos de refrigeración si se usan de mayo a septiembre y dispongan de un botiquín de primeros auxilios, así como de limpieza a la entrada y salida de los nuevos clientes.

Echo en falta, sin embargo, lo más importante: ¿qué hay de los derechos de los vecinos, que han de soportar diariamente esas entradas y salidas de personas a las que no conocen, que llegan con sus maletas a horas intempestivas y las dejan caer ruidosamente sobre el suelo sin preocuparse de quienes allí viven?

Conozco a una pareja alemana que compró por una suma importante una vivienda en un edificio protegido de Málaga sin que se le informara de que encima del mismo había un piso de ese tipo.

Un piso cuyo suelo de madera no está insonorizado, como debería ser obligatorio en tales casos, de modo que mis amigos han de aguantar a cualquier hora el ruido de los pisotones de adultos o de niños que corren por los pasillos como si estuvieran en el parque. Sin que les haya servido de nada quejarse al propietario, que vive en otra ciudad.

Mis amigos se han arrepentido de haber comprado el piso, quieren ya venderlo y aconsejarán a todos sus conocidos que no se les ocurra invertir en un país donde algunos muestran tan poco respeto por los demás.

¿No han pensado las autoridades que los vecinos de una comunidad tienen también derechos: sobre todo, el más importante como es el derecho, continuamente violado, a la seguridad y al descanso en su propia vivienda?

Todos los pisos turísticos, se dice en el folleto oficial, dispondrán de «hojas de quejas y reclamaciones», pero ¿qué hay de las quejas y reclamaciones de los vecinos que diariamente soportan molestias que no afectan en cambio al dueño ausente?

La proliferación de ese tipo de alojamientos está expulsando de sus barrios a los más veteranos e impidiendo además que puedan vivir allí quienes dependen sólo de un sueldo porque en ningún caso podrán permitirse los disparatados precios de los alquileres.

Los pisos turísticos están convirtiendo además barrios tradicionales en auténticos parques temáticos, llenos de bares, ruidosas terrazas, discotecas y tiendas de feos souvenirs fabricados en China.

En esos barrios, el turista sólo se topará a cualquier hora con otros turistas que llegan o se marchan arrastrando maletas. ¿No están matando algunos con su avidez la gallina de los huevos de oro? Es hora de que se imponga la sensatez y que se haga cumplir la ley en ese nuevo negocio.