Este que comienzo es un microensayo de alto riesgo, pero allá va. Hace bastante escribí que el marxismo había muerto de realidad y de irrealidad. Lo primero, por haberse realizado ya en la socialdemocracia. Lo segundo porque el cambio antropológico en el que esa fe descansaba (el «hombre nuevo») ha resultado una quimera. Ahora, al hilo de esto, me pregunto si no habrá en la franja más radical del feminismo, que aspiraría a una mujer libre no sólo de las servidumbres y dominaciones de la sociedad patriarcal (algo muy deseable), sino también de elementos que, en general, han venido siendo empíricamente diferenciales de su sexo, como la voluntad de seducción y hasta cierta compulsión hacia la maternidad, no habrá un componente quimérico semejante. A continuación, dando una vuelta más de tuerca, pienso en los males causados por la parte fideista, fantasiosa y más utópica del marxismo.