El anuncio de la convocatoria de elecciones me pilla en una oficina de la Seguridad Social. A mi lado hay una mujer que habla por el móvil en portugués; por la forma de vestir, por el tono de la piel, parece brasileña. Al otro lado hay una pareja de mediana edad que mira al frente como si ya no tuviera nada que decirse, y peor aún, como si los dos supieran que todo lo que pudieran decirse en el futuro ya no les fuera a servir de nada. Un poco más adelante hay una madre con su hija. La hija tiene unos dieciséis años; la madre unos cuarenta. Me pregunto si la hija acompaña a la madre o si ella tiene también algún problema laboral que tratar: problemas de cuotas, de litigios laborales, de subsidios de desempleo.

Por desgracia, esta gente ha desaparecido de los debates electorales. Pedro Sánchez dice hablar en su nombre, pero todo el mundo sabe -o debería saber- que este hombre es capaz de hacer cualquier cosa con tal de aferrarse al cargo, así que hará justo lo contrario de lo que ahora dice si las circunstancias se lo exigen. Y en cuanto a los líderes de Podemos, parecen esa clase de gente que cree que el dinero surge de debajo de las piedras si uno pronuncia las palabras mágicas adecuadas: "Empoderamiento", "sororidad", "plurinacionalidad", "gente". Acostumbrados a vegetar en los invernaderos ideológicos de las Facultades de Ciencias Políticas, la economía productiva, para ellos, es esto, o algo muy parecido a esto. Es cierto que el sector de Carmena y Errejón es mucho más pragmático -e inteligente-, pero no se presenta a estas elecciones. Lástima.

Y por el otro lado, ¿qué se puede decir de Rivera, Casado y los ultraderechistas de Vox? Pues muy poco. Son toscos, dogmáticos y gritones, y en el fondo son tan narcisistas y megalómanos como el mismo Pedro Sánchez, que ya es decir. Si tuvieran un mínimo de inteligencia política y de grandeza personal (hablo de Rivera y Casado), dejarían la puerta abierta a un futuro gobierno constitucional con el PSOE. Es cierto que gobernar con Pedro Sánchez es tan difícil como encerrarse en una mansión perdida en medio de un bosque con un personaje de personalidad escindida como el que protagoniza la película "Múltiple" de M. Night Shyamalan: el mismo personaje zalamero y sonriente que te abre la puerta con un ramo de flores en la mano es el mismo tipo que media hora más tarde te tiene encerrado en el sótano, bien atado a una silla, mientras te proyecta los vídeos de sus viajes por todo lo largo y ancho de este mundo. Pero esto es lo que hay. Y para empeorar las cosas, esto es lo que vamos a tener después de las elecciones: todo igual, o mejor dicho, todo peor, todo más embarullado, más caótico, más sobreactuado y más desvergonzado.

Porque lo más probable es que, gane quien gane el 28 de abril, el ganador tenga que pedir los votos de unos aliados indeseables. Si gana Pedro Sánchez, tendrá que apoyarse de nuevo en los independentistas -es decir, el personaje con personalidad escindida tendrá que convivir con los delirantes habitantes de "El bosque", por seguir con las películas de Night Shyamalan-. Y si ganan (por la mínima) Rivera o Casado, tendrán que apoyarse en los votos de Vox, que vienen a representar lo mismo que los habitantes de la aldea de "El bosque", cerrada a cal y canto a todo contacto con el exterior, sólo que en la aldea de Vox los habitantes del poblado van vestido de toreros en vez de lucir las extrañas túnicas amarillas de los otros.

En cualquiera de los dos casos, gane quien gane, ese gobierno será muy débil y apenas tendrá margen de maniobra, ya que tendrá los brazos atados y deberá gobernar sometido a un chantaje constante. En estas circunstancias, lo más lógico sería pensar en un futuro gobierno de coalición, visto que llevamos cuatro años en los que toda la política que se ha hecho en nuestro país se ha limitado al marketing y a la sobreactuación (si existieran los premios Razzies de interpretación política, deberían ser para nuestros candidatos). Y por supuesto, la gente que espera ser atendida en las oficinas de la Seguridad Social no le importa realmente a nadie. Y me lo repito mientras oigo a la señora brasileña hablando por teléfono. Y la pareja de mediana edad sigue con la vista fija en la pantalla que anuncia los números de la cita.