La procesionaria y las elecciones adelantan su ciclo vital animada una por el buen tiempo y la escasez de agua y las otras por la falta de entendimiento y mal ambiente. No importa las soluciones que se apliquen año tras año, ni cómo se luche contra la invasión, al año siguiente vuelven las orugas como si nada, y tantas como una plaga, amenazando con devorarlo todo a su paso y con la muerte del despistado animal que decida incluirlas en su dieta. Pero como con casi todo, el problema no es la procesionaria, sino su descontrolado número. Es la cantidad lo que siempre lleva al desequilibrio, el peligro, o el hartazgo.

Lo mismo ocurre con las elecciones, tan necesarias cuando no se tienen, y tan inútiles cuando son necesarias tantas. Y es que últimamente todo son elecciones y campañas, nos pasamos la mitad del tiempo eligiendo y la otra mitad quejándonos de lo que se ha elegido. Y como una rueda, una cosa lleva a la otra: cada vez más precipitadamente nos aplasta. El Gobierno de Pedro Sánchez ha batido el mismo récord que su primer ministro de Cultura, tan efímero como un selfie. Fumigado por el veneno de los desacuerdos y la ruidosa y hambrienta oposición, que parece tener clara una victoria que ya celebra en grupo, aunque por separado. Tanto es así que se les ve querer blindar ese resultado que anticipan, pues una vez conseguidas las elecciones que tanto pedían ya se quejan del despilfarro de hacer tantas. Votad hasta escogednos.

Sin embargo, nadie debería cantar victoria todavía, lo que ocurrirá en abril no está claro. Lo único que se sabe con certeza es que los recientes resultados en Andalucía condicionarán los discursos electorales de la derecha y de la izquierda, pero sería mucho aventurar decir ya quién hará con eso mejor campaña para que gane el otro.