El circo electoral ha abierto sus puertas temprano esta vez. El transformismo político ya está en escena. Todo lo importante habrá de esperar, porque lo primero es el circo. No hay tiempo que perder. Es tiempo de elecciones, señoras y señores. ¡Vivan los transformistas!

Seguro que usted lo habrá notado, generoso leyente, pero por si acaso no es así, lo invito a observar cómo la transformación de los voceros de la verdad ya ha empezado, y cómo, al final, en cada escenario, tendremos tantas verdades como voceros. Observe cómo hasta el día 28 de abril, primero, y hasta el día 26 de mayo, después, a todos los transformados les crecerá la boca y les menguará la epífisis, o sea, la glándula pineal, esa miniatura mágica para pensar a la que se refirió Descartes cuando habló de la res cogitans para explicarnos la relación mente/cuerpo y para enmendarles la plana a los filósofos aristotélico-tomistas.

Las elecciones están ideadas para vencer, no para convencer. La victoria siempre es materia urgente, el convencimiento, en cambio, nunca debe serlo. Ya nos lo contó Thomas Mann cuando expresó que no hay que hacer de prisa lo que es para siempre.

Para convencer, la epífisis es imprescindible; para vencer, no necesariamente. Por ello, durante los periodos electorales, a los arengadores políticos les crece la boca en detrimento de la glándula pineal. Una boca grande, en la que, además de una buena colección de verdades a medias y de mentiras completas, quepan todos los dicterios hiperbolizados contra los adversarios y todos los autoditirambos agigantados a favor del discursante, es imprescindible. En los periodos electorales, tomar consciencia de la realidad no es un ejercicio necesario durante la exaltación de uno mismo, ni durante la execración del adversario, así que ¿para qué desgastar nuestra miniatura mágica, verdad?

Además, las epífisis crecidas empequeñecen las bocas, los dicterios y los ditirambos electoralistas, habitualmente más ortopédicos y tendenciosos que verdaderos. Callar, aunque el hablar no mejore el silencio, está prohibido en la tribuna electoralista.

Ha tiempo que estoy convencido de que para los hermanos alienígenas somos enormísimas ajaspajas sin interés. Tanto es así que, entre otras cosas, no se hacen visibles por nuestra manera de «comprender» la charanga mitinera durante las elecciones -entrecomillo el verbo comprender, porque en este, como en otros casos, me da vergüenza escribirlo crudo-. Me explico:

¿Qué magia todopoderosa nos ha abducido para que, en los escenarios de prédica política previos a las elecciones, el 15% del tiempo de cada orador consista en explicar las fortalezas y oportunidades de su propio discurso, y el 85% restante en caracolear sable en mano por los entresijos de los siniestros y diabólicos planes ocultos que nos tienen preparados sus adversarios políticos? En fin, cosas de la vida...

Como cosa de la vida parece ser el pertinaz magreo con que se viene manoseando a la industria turística andaluza desde casi siempre. El Turismo, la primera actividad económica de Andalucía, otra vez ha sido tratado como as en la manga en las relaciones entre unos socios políticos, que, como todos, si pudieran, se asesinarían recíprocamente un par de veces al día, en el sentido político, claro.

Incorporar la responsabilidad institucional del Turismo, el primer generador de riqueza de Andalucía, en una macrovicepresidencia, que, además, asume las competencias de la Regeneración Democrática, las de Justicia y las de Administración Local, más que una incorporación virtuosa se me antoja un empotramiento en toda regla, por vía de urgencia, obviamente.

A nadie puede serle ajeno que en un sistema todo es posible si se dispone de un organigrama adaptado con excelencia, pero, francamente, a más medito en profundidad los pasos dados por el flamante vicepresidente-pluriconsejero Marín en pos del Turismo, y los que dará próximamente, que ya resuenan con brío en pasillos y despachos, más profundamente me preocupo.

La urgencia partidista a plazo fijo ha vuelto a primar sobre la importancia intemporal de nuestra primera fuente de riqueza. El Turismo, otra vez más, ha sido simple moneda de cambio. Y con estos mimbres, otra vez más abundaremos en la no adaptación verdadera a las realidades que hace tiempo que empezaron a llegar. Nótese que vez tras vez, seguimos pasando a limpio lo mismo que hacíamos hace quince/veinte años, sin más ideas, sin más intención y sin más visión de futuro que la de salir del paso cada vez.

Un craso error.