Me he acostado sobre una palabra. No me gusta ‘cama’, así que me he dejado caer en ‘atalaya’. Me gusta que tenga tantas aes. Me pasa igual con Málaga. No puedes evitar mantener la boca abierta al pronunciar Málaga, ni al vivirla. Sesteando sobre atalaya lo veo todo más claro. Se adquiere perspectiva con una palabra así.

Una palabra que no me gusta es ‘chaquetero’. Porque ya no hay tanta gente detenida. Maduran. Porque las palabras enchaquetada y encorsetada se parecen mucho. Ayer, en la sesión de control del Congreso (sesión, control, luego volveremos sobre estas palabras) Sánchez llamó ‘chaquetero’ a Rivera. El líder de Ciudadanos se lo podría haber tomado con fluidez, pasando de largo, como acariciando las hierbas que orillan la placidez de los estanques. Pero para eso ‘rivera’ no debería haber sido su apellido sino su sustantivo.

El 1 de agosto se cumplirán doscientos años del nacimiento de Melville, el bueno de Herman. Para celebrarlo y visto lo visto ayer en la sesión de descontrol del Singreso (esta palabra es una licencia) podríamos soltar su Moby Dyck en el hemiciclo y que sea lo que Ahab quiera. Un cachalote a dentellada suelta y limpia, lanzando hacia arriba y hacia abajo y a un lado y al otro el colchón de la Moncloa a coletazos. Qué bien casan, a propósito, las palabras ‘suelta’ y ‘limpia’ si se atribuyen a la barriga, al bajo vientre, el lugar figurado de donde salieron muchas de las palabras con las que se enfangaron ayer en ese Parlamento donde tan poco se parlamentaba.

Tampoco es para dejar de lado la palabra ‘casan’. Su polisemia resulta blanca y radiante como las novias gracias o por culpa de la revista Semana, donde en portada también ayer hablaban de la relación de Rivera y Malú. Si yo dedicara el grueso de este artículo a hablar de ellos me lo leería hasta yo. Pero no le ha llamado a uno el Señor para caminar con la galanura de ecce homo que tienen los Sánchez al caminar (los dos, el aún presidente del Gobierno y el anterior a serlo) por ese camino que va del rosa al amarillo (recuperen, a todo esto, la película del gran Manolo Summer, Del rosa al amarillo -1963-, no se arrepentirán)

Y es que la palabra ‘sesión’, que habíamos dejado pendiente junto a ‘control’, evoca mucho cine. Como sesión continua. Y si lo de ayer en el Congreso fuera eso, una sesión continua, y terminara premiado por la ciudadanía suficiente con su voto para que se repitiera una y otra vez, quien esto firma perdería el control. Divorciado de Casado porque primero fue el verbo y el suyo es el último. Desengañado de Podemos, cuyos líderes actúan con el síndrome de Benjamin Button como si fueran sólo las juventudes del partido. Despistado de Ciudadanos. Engañado por alguno de los Sánchez. Alejado de quienes no dicen sino escupen las palabras para cerebros secos que agradecen cualquier humedad. Yo, que valoro más el verbo ‘respirar’ que el mismo aire y pervivo sobre la palabra ‘palabra’, con sus tres aes, ¡Ah!...