Málaga antes de ser delatorrista fue villalobista, verbo vivo que se terminó haciendo carne en el actual alcalde, carne de sus carnes, Paco de sus entretelas. Celia Villalobos ha anunciado que se retira de la política siendo, posiblemente, el último ejemplar de la clase política que no vive mirando de reojo las redes sociales, de quien no temía que le azotaran con un tuit, cuya franqueza y formas revelaban muchas cosas, entre otras, no estar sometida a un guión, al corsé de un asesor, a la vereda de lo amable.

Se contarán sus salidas de tono, sus errores, porque a la hora de la despedida lo importante es cerrar la puerta y echar el candado, no vaya ser que se arrepienta y vuelva, y por cada acierto que se enumere se podrá echar un tintero de errores, pero fue un estilo vivo. Ahora que Sánchez rehabilita al espectador de Sálvame, ella ya se había autoreivindicado. Decía en una entrevista a Vanity Fair: «Me han llamado de todo: marujona, verdulera. Dicen que represento a la típica ama de casa, que ve Sálvame, mayor de cincuenta años, generalmente con sobrepeso y de barrio. Pues estupendo». Su estilo funcionó y los resultados electorales ahí quedaron y su huella ha sido y sigue siendo larga hasta llegar al actual equipo de gobierno. Puede que imposible hoy en día (o no, vaya usted a saber, que por ahí anda Revilla); posiblemente no sea deseable, acostumbrados ya al blanco y negro de Paco de la Torre, y yo, desde luego, no querría esa forma de liderazgo en la Málaga de hoy, pero ahí dejó su huella, en lo bueno o en lo malo, como las líneas que marcan las crecidas de los ríos.

Bien podría escribir unas memorias. Con toda seguridad más jugosas que las del «quítame allá el colchón» del Sr. Sánchez.