Lo conocí incluso antes de que abriera sus puertas. Nuria y Dani, dos de sus entusiastas promotores, me enseñaron cómo iban las obras en el local que acababan de alquilar en la calle San Juan de Letrán, pegadito al Cervantes. Quedaban aún unos meses para la inauguración y había que echar todavía muchas jornadas de trabajo e imaginación a lo que sería más adelante una apuesta por el buen gusto y la cultura, basada en el mismo modelo que llevaba ya tiempo en Madrid y que podía servir de espacio cómplice a la escena teatral malagueña.

Al final resultó ser un local con dos territorios: en la planta a pie de calle se puso un bar con una barra bien provista, que se adecuó como espacio para albergar exposiciones, presentaciones de libros y cualquier locura que pudiera surgir; unas escaleras te conducían a la planta del sótano, en la que, como si fuera un remedo de los ritos iniciáticos órficos o de Eleusis, se encontraban las salas. Parecía que se había dado el paso del teatro de pequeño formato que se solía representar en aquella época en salones o terrazas de casas particulares o en lugares como Villa Puchero Factory (del que guardo un excelente recuerdo y sí, tengo que dedicarle un artículo) a un sitio más profesional, con una programación estable y una variedad de propuestas interesante.

Cinco años más tarde, Microteatro baja el telón. Han intentado de muchas formas que la cosa cuajara, con la ilusión de generar un espacio privado (en España, bueno, en Europa, el noventa y cinco por ciento de los espacios escénicos son de titularidad pública) que fuera no ya un negocio boyante, sino que se mantuviera por sí mismo. Y aquí es donde entra eso que se llama público. Que a ver, no es el único responsable de lo que pasa, pero sí el único que podría haberle dado continuidad a esto. Y me explico: sabemos de sobra el modelo de restaurante infinito con pisos turísticos que se ha impuesto en el centro; conocemos que cuando se tiene una buena idea, en vez de apoyarla, rápidamente se contraprograma; somos conscientes de las rencillas tan estériles como eternas que se dan en el ambiente de la farándula; aceptamos que vivimos en una ciudad donde hay dos gigantes enormes de gran tradición como son la Semana Santa y la Feria, y reconocemos que la cultura del quedarsencasismo seriófilo está haciendo mucho daño a la oferta cultural. ¿Y qué hacemos al respecto? Casi nada, y ese «casi» es lamentarnos en las redes sociales de hay que ver qué lástima, esta ciudad es una pena, pero oye, has visto la decimoquinta temporada de Somos culturetas, y ya está, aparcamos el cabreo hasta el cierre de la siguiente librería, cafetería de toda la vida o centro cultural. Nunca fue más cómodo quitarse de encima la incomodidad.

En Microteatro Málaga me han representado un par de obras, he impartido un taller de escritura y he presentado una revista literaria y el libro de un escritor amigo. Además, y sobre todo, he asistido como público de forma regular, al menos una vez al mes a ver alguna obra, que unas veces me gustaba más y otras menos. Resulta bastante patético ponerse uno mismo como ejemplo de ciudadano activo, pero es que estoy muy cansado de la atmósfera perezosa que me rodea. Si eres como yo, me entenderás; si no lo eres, espero que recapacites un poco sobre la idea de que para mantener las cosas que nos gustan tenemos que levantarnos del sofá y no limitarnos solo a hacer un clic en el móvil y seguir en nuestra isla, náufragos voluntarios y ajenos a lo que pasa hasta que es irremediable. Porque las calles, los locales y la cultura, si no se viven, se fomentan y se apoyan, acaban cayendo. Y somos muchas personas las que podríamos consolidar una red cultural fresca, cambiante y atrevida. Aquí hay arte y talento de sobra para ello.

Desde estas líneas, un aplauso a Microteatro Málaga, a quienes han dedicado tantas horas de labor incansable a intentar hacer de Málaga una ciudad más interesante. Sé que seguiréis de otra forma, con otros planteamientos. Allí nos veremos: el espectáculo, pase lo que pase, continuará.