Ya ha empezado, y con gran intensidad, una larga campaña electoral que no acabará el 28 de abril sino que continuará hasta el 26 de mayo con las elecciones europeas, autonómicas y municipales. Y sería posible que el nuevo gobierno de España no se pudiera formar hasta los primeros días del verano, a finales de junio.

Pero el 28 de abril el elector español deberá contestar a dos preguntas distintas, pero con un alto grado de conexión: quién de los cuatro partidos estatales quiere que gobierne España y cómo y con qué alianzas se debe afrontar en el futuro la crisis catalana -la más grave desde la restauración de la democracia- que condiciona y lastra la política española desde el 2006, desde la aprobación de nuevo Estatuto de Cataluña y el recurso maximalista del PP al Constitucional. Lo único que está claro es que el elector no lo tendrá fácil.

Es sintomático que la primera semana de la campaña (la real, no la formal) haya coincidido con importantes sesiones del juicio a doce dirigentes independentistas en el Tribunal Supremo y con una fallida huelga general en Cataluña para protestar por dicho juicio. En el Supremo parece que la fiscalía no está cosechando éxitos en su principal acusación, el pretendido delito de rebelión, que ya no fue aceptado por un alto tribunal alemán cuando se dictó la euroorden contra Puigdemont. Si la rebelión pierde fuerza y se acaba retirando de la acusación, la tensión en Cataluña disminuiría. Sería positivo para superar el conflicto.

De hecho, Cataluña parece estar apostando sin admitirlo explícitamente por algo similar a una progresiva desinflamación. Según una encuesta de GAD 3, solvente casa de sondeos, para La Vanguardia del pasado domingo, el 66% de los catalanes cree que la acusación de rebelión no está justificada por la ausencia de violencia y el mismo porcentaje opina que las largas prisiones provisionales de nueve de esos dirigentes son desproporcionadas. Y, sin embargo, la huelga general del jueves, convocada por un sindicato muy minoritario y sin el aval de UGT y CC OO, pero apoyada por los partidos independentistas y el propio gobierno de la Generalitat, fue un fracaso. Tuvo un muy escaso seguimiento en la industria, el comercio y los servicios. Sí tuvo más éxito en el sector educativo, especialmente el universitario, y hubo cortes de vías férreas y de carreteras por parte de los CDR.

¿Qué está diciendo Cataluña? A mi entender dos cosas diferentes. Una, que cree que la fiscalía y el juez instructor han actuado según un mal principio jurídico y político: primero un fuerte escarmiento, después el juicio. Dos, que la confianza en las organizaciones más independentistas y en el propio presidente de la Generalitat tiende a bajar. Por su maximalismo y desconexión con la realidad. Y quizás también porque las sesiones del Supremo están demostrando más garantías para los acusados de la que se podían temer.

¿Significa esto que el independentismo podría perder unas próximas elecciones catalanas? Difícil si en España no hay un gobierno fuerte que intente resolver la crisis dialogando y no con golpes de Código Penal. Es todo lo contrario a lo que propone la triple derecha. Entonces, ¿un gobierno Sánchez? Con sólo 84 diputados no tiene la autoridad suficiente para que la mayoría del electorado secesionistas cambie de voto. Por mucho que Torra les decepcione e incluso incomode.

Los partidos estatales han empezado la campaña con nervios. Pablo Casado insiste en sus tres caballos de batalla: el 155, una gran rebaja fiscal y la defensa desacomplejada del orden tradicional, pero está inquieto por la presencia de Vox. ¿Será el aliado amigo que le llevará a la Moncloa o el propietario del vecino comercio que le roba los clientes y le arrastra a la miseria?

Albert Rivera también está nervioso. La moción de censura y la llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa rompió su hoja de ruta: apoyo distante a Rajoy, sólo por patriotismo, mientras iba subiendo en las encuestas con la seguridad de acabarlo superando como refugio de la clase media frente al miedo a la alianza PSOE-Podemos. Ahora tiene que batir a Pedro Sánchez y relevarlo si no quiere correr el riesgo de que se le pase el arroz. ¿Cómo? Prometiendo que no gobernará nunca con el PSOE para tener el máximo de votos de la derecha y para quedar por delante del PP, lo que no pasó en Andalucía.

Luego... Dios proveerá. Lo que importa es quedar delante del PP el 28-A. Y como mal menor, lo más pegado posible. Para eso, todo vale. Desde perder algunos votos del centro hasta exportar a Inés Arrimadas a Madrid.

Pedro Sánchez aparenta seguridad en su apuesta por una España plural, no crispada y que sepa transaccionar. Y presenta con Mercedes Milá -la Cataluña española y la España amable pero atrevida- su libro. ¿Casualidad que salga en plena campaña? Hay quien cree que Sánchez ya apostaba a marzo-abril para unas elecciones dobles (en España y en Andalucía) y que el plan no se pudo ejecutar por la negativa de Susana Díaz, que prefería ir sola. La andaluza se volvió a equivocar.

Pero ahora Sánchez sabe que se la juega en un referéndum sobre su persona. Con un partido sólido detrás, pero con una propuesta algo incierta. Con un PSOE al alza, capaz luego de buscar alianzas para gobernar. Con Podemos, que tiene crecientes dificultades con Errejón, las mareas, los valencianos de Compromís... vale. Con el PNV... vale. Con unos independentistas catalanes que le han hecho caer con su maximalismo y su voto contrario a los presupuestos... más complicado. Al menos hasta que rompan con el "cuanto peor, mejor" de Puigdemont.

Sánchez parece relajado, pero sabe que su apuesta, que España le vote para que no vuelva un PP más pepero y contaminado por Vox, está lejos de ser infalible. Y que Torra -que ya le ha tumbado los presupuestos, pero con el que se hizo fotos- puede generar más repulsa que Vox.

Todo está muy fluido y no se puede descartar algún resultado surrealista. Por ejemplo, que la triple derecha lograra una raspada mayoría absoluta en el Congreso y que el PSOE, al ser el partido más votado (gracias a Rivera y a Vox que le restan al PP más que Podemos a los socialistas), tuviera una cómoda mayoría absoluta en el Senado. ¿Tendríamos así una vacuna contra el 155 y una herramienta para acabar forzando algo similar a una gran coalición?