Circula por ahí una historia que relaciona las dimensiones del transbordador espacial de la NASA con el ancho de un carro de la antigua Roma. Es probable que no sea cierta, pero establece una bonita continuidad entre las creaciones de los humanos de las diferentes épocas. Según afirma la leyenda urbana, el tamaño de los propulsores de la citada nave viene limitado por la cabida del túnel de ferrocarril a través del cual deben necesariamente llegar hasta la pista de lanzamiento. Túnel que está dimensionado de acuerdo a la distancia entre los raíles del tren que circula sobre ellos; distancia que, a su vez, (simplificando mucho la historia) es heredada de la que tenía el eje de un carro romano, consecuencia directa de lo que miden los cuartos traseros de dos caballos colocados en paralelo. Se non è vero, è ben trovato.

El Ayuntamiento de Málaga, con la audacia que suele caracterizarlo, se desliga de la tradición y ha establecido su propia unidad de medida para los asuntos urbanísticos: el ancho de un trono de Semana Santa. De uno de los grandes, por supuesto: de los de ocho varales. Hay otro bulo, quizá tan poco fiable como el anterior, que insinúa que, en sus ordenadores, los técnicos de viario de la Gerencia tienen el dibujo en planta del trono de la Esperanza para realizar sus comprobaciones de diseño urbano.

Se atribuye a Goethe el dicho de que «los niños deben recibir dos cosas de sus padres: raíces y alas». Los naranjos de Postigo de los Abades, condenados según este patrón medible malacitano a crecer con sus raíces constreñidas en un contenedor de quita y pon, verán sus alas del crecimiento cortadas de igual manera. Bien pensado, la frase de Goethe puede aplicarse también a las ciudades: raíces fuertes para volar bien alto.