Domingo luminoso de febrero. En el parque tras mi casa, un espacio verde entre bloques aislados, ha empezado a florecer el magnífico pruno. No es un estallido pleno, pero las flores han asomado la cara, una red densa de puntos blancos. Antes de echar una breve cabezada veo por la ventana a una mujer de media edad sentada en un banco soleado. Se ha traído un pequeño escabel, para tener más altos los pies, y come fruta y unos yogures, mientras pasa, despacio, páginas de revistas. Media hora más tarde la veo recoger: la sombra de un bloque se ha ido moviendo y la línea deja dentro el banco, la señora, el escabel, los yogures (ahora sus envases) y el taco de revistas. El tiempo se mueve así, sin hacer ruido devora los momentos uno tras otro, para hacer un bolo de pasado con ellos. El observador-escriba trata solo de conservarlos algo, para que el gran depredador no lo tenga tan fácil.