Pocos son los que toman consciencia desde la rotundidad del presente de que la vida es una yincana de interrogaciones. Cada instante del día nos plantea una elección entre dos o más soluciones, y nosotros, siempre, absolutamente siempre, elegimos, incluso cuando nuestra elección es no elegir. Cuando no elegimos lo que hacemos de facto es elegir que sean las circunstancias y/o los prójimos los que elijan por nosotros, asumiendo, así, que nuestra decisión pueda convertirse, o no, en riesgo o torpeza o demostración de desconocimiento, de indecisión, de cobardía, de irresponsabilidad... Y ya puestos, ¿por qué no podría darse que la nada nimia decisión de no elegir terminara erigiéndose en una exhibición de desconocimiento e irresponsabilidad que desembocara en el mar de la cobardía, dejándonos al pairo del riesgo de nuestra torpeza? ¡Esto sería un pleno al seis...!

Imagino las caras de los conspicuos y nada perspicuos señores Sánchez, Casado, Iglesias, Rivera y del resto de la peña política artífice de las próximas elecciones si alguno de ellos, tras el recuento de votos, constatará que todos sus votos son votos en blanco, cientos de miles, millones, de votos en blanco. O, mejor, para rizar el rizo, que fueran todos ellos los que se tropezaran con tamaña situación. Esto sí que sería un megamáster de humildad política, tú.

Que los demócratas en pleno hiciéramos una demostración fehaciente de elegir no elegir tendría su qué, un qué gigantesco, especialmente para los que parecen no darse cuenta de cuál es la verdadera esencia de sur ser político, a quién se deben y quién les paga. Pero no creo que esto llegue a ocurrir antes de los próximos cuatro mil siglos, o así...

La duda mal manejada es un manantial de angustia. Durante los primeros años del sapiens, que es el más sapiente de la Naturaleza, la mayoría de las preguntas se circunscriben al «¿cómo?» ¿Cómo hago para ir de aquí allí?, ¿cómo hago para coger eso o aquello?, ¿cómo complazco a mamá para que me quiera? Y ante la duda primaria, la respuesta siempre es de angustioso vértigo. En esta etapa el aprendizaje se circunscribe al método ensayo-error. O sea, cayéndonos mil y una veces, descubriendo que el mantel con la cena servida no es un bejuco tarzanesco o haciendo saltar el diferencial eléctrico que permite que nuestros hijos sigan creciendo sanos a pesar de sus múltiples tentativas de suicidio por electrocución.

A partir de que el bebe sapiens se aleja de sí mismo el método ensayo-error se bifurca sin fin y el sapiens se atreve a pensar y a sacar conclusiones, acertadas o no. Y ante el peso de la duda y el de la angustia que la duda produce, se atreve a actuar o no actuar, es decir, a elegir o no elegir, pero, eso sí, ya solo en función de sus habilidades camastronas. Llegado a este punto ya no se trata de lo bueno o lo malo para la tribu, sino de lo que le interesa al sapiens o no le interesa al sapiens. Ay, la camastronería, que todo lo chafa... Especialmente en política.

Entre los camastrones no son pocos los listillos que ambulan por las sendas de la vida ingeniándoselas para aprenderse de memoria todas las respuestas de la existencia, pero, eso sí, sin interesarse nunca en las preguntas. Total, ¿para qué, verdad...? Es muy posible que cuando Benedetti escribió aquello de «cuando creíamos que teníamos todas las respuestas nos cambiaron las preguntas» pudiera encontrarse pensando en el Turismo.

El turismo, como actividad profesional, nunca ha sabido vacunarse eficazmente contra el virus camastrón. Los homo turisticus, estólidos las más de las veces, somos portadores del virus y favorecemos el que más allá de nunca haber logrado viajar todos de la mano por los entresijos de las preguntas turísticas para llegar de la mano a la comprensión de sus respuestas, sigamos aplicada y esforzadamente aprendiéndonos de memoria todas las respuestas sin atención ninguna a las preguntas.

A juzgar por los pasos, atropellados, de nuestro recién llegado vicepresidente-multiconsejero Marín, es intuible que este mandato turístico tampoco aportará nada nuevo al método y a la intención, y que aún todavía otra vez tendremos cuatro temporadas más para seguir repitiendo de carretilla la cantinela de las respuestas turísticas de hace más de quince años con las que pretendemos dar respuesta a unas preguntas turísticas cuyo enunciado desconocemos.

¡Eureka..!