Cuidado con los hábitos, aunque sean buenos. En esta vida no puedes fiarte de nadie, ni siquiera de ti mismo. No salgo de fiesta desde el 4 de enero, que tengo ahí la fecha grabada a fuego. Cincuenta días: es la sequía más larga desde el instituto, el frío dato, la escalofriante estadística que no te dará Mister Chip. En todo este tiempo me he dado cuenta de algo terrible. Dejar de salir es como dejar de hacer deporte. Te despistas un poco, pierdes el hábito y cada día que pasa cuesta más volver. Por favor os lo pido, desde la experiencia: no caigáis en la trampa.

Las cosas que mejor salen son las que no necesitas pensarlas, las que haces por inercia. Jaume, en su día promesa juvenil, sufrió en el peor momento una lesión extraña y grave, que lo apartó del fútbol durante año y medio. Al volver a entrenar, me contaba, se sentía súper torpe, había perdido el toque, se le iban los controles. Meterse en un rondo era casi como aprender a andar de nuevo. Le costó, todos los automatismos que antes le salían solos tenía entonces que pensarlos. Era peor, como dejar de salir porque sí, como necesitar alguna razón para hacerlo. Cuidado con los hábitos, aunque sean malos.

Existe en el fútbol una especie de marea invisible que te eleva o te hunde, que te lleva de un lado a otro. Aarón, otro canterano de esos años, me contaba que te suben a entrenar con el primer equipo, empiezas a remolque y con la lengua fuera, y poco a poco te enganchas y el grupo te va llevando. Por una especie de mímesis tu fútbol se hace mejor, más ritmo, más rápido, hasta que de una manera natural y fluida eres uno más de la bandada, y vuelas igual que el resto de pájaros. Esa es la parte buena. La mala es que nadie tiene piedad si te quedas rezagado.

Jamelli ya no quiere ser Jamelli. Jamelli llevaba toda la vida jugando por la Tercera aragonesa, subió con el Teruel y ahora lo ha fichado mi equipo, y ya no quiere ser Jamelli. Jamelli es un apodo, porque es rubio y mediapuntita como el Jamelli original, aquel que jugó en el Zaragoza y tenía pinta de no haber estado jamás cincuenta días sin salir, como buen italo-brasileño, que si te quedas en casa te quitan el carnet de mediapuntita y la doble nacionalidad.

El caso es que nuestro Jamelli la lleva clara. Primero porque se llama Rubén y ya hay dos Rubenes en mi equipo, segundo porque se apellida Díez y ya hay un Díaz en mi equipo, y tercero porque sí, porque se siente, que lo hubiera pensado antes. En la grada todo el mundo le llama Jamelli. Ocurre que le pusieron el mote cuando tenía cinco años y con esas cosas es difícil ver más allá, como al elegir de chaval la dirección del correo electrónico.

Al hilo, Meliá contó el 4 de enero, el ya mítico 4 de enero, una buena historia. Primera tutoría en la universidad. Reunión con la profesora en el despacho. Trabajo en grupo, asunto serio, una escena vital importante. La profesora les pidió una dirección de e-mail para enviar unos documentos. Félix dio la suya, sin mucho pensar: magopajas arroba lo que fuera. Se produjo un silencio incómodo, con miradas al suelo, risitas nerviosas. La dirección. Puto Messenger. Ojalá hubiera elegido Jamelli.