Confieso que otros años me he puesto más intenso. Otros 28F no he sacado la banderita, pero casi. Y aprovechando el espacio que dios sabe por qué razón le dan a uno para expresarse cada semana, he sido bastante serio, incluso beligerante, a la hora de defendernos a los andaluces de la etiqueta que todos llevamos al nacer pegada a la espalda como si fuéramos melones Bollo. Esa, en la que en vez de la composición química de un refresco o el valor nutricional de un yogur, a los nacidos en Andalucía nos define como graciosos, amantes del flamenco y la guasa del carnaval, devotos de la Semana Santa y, laboralmente hablando, como unos flojos. A todos, sin excepción, que para eso sirven las etiquetas. ¿Se imaginan comprar un pack de yogures de limón y que uno de ellos en su interior esconda una natilla de chocolate? ¿Pero qué locura sería esa? Quien les escribe lleva toda su vida intentando arrancarse la etiqueta de la espalda, y afeando el gesto a quien le da la razón a los que nos miran como un simple estereotipo: «A mí no me des mucho trabajo, que yo soy de Cadi», le dijo al jefe sin la más mínima gracia y en toda mi cara un paisano, compañero de prácticas en Madrid, allá por 2007. Mi cara, mientras acarreaba hacia la fotocopiadora un importante tocho de prensa y él apuraba su café mientras hojeaba (porque no lo ojeaba, lo hojeaba) una revista era para verla, un drama. Muy parecida a la que llevo desde hace unos meses, desde diciembre concretamente, cuando pasó lo que pasó el día 2, cuando media Andalucía se quedó en casa mirando e indignándose mientras la otra media cumplíamos con el deber que ya asoma por el horizonte del 28 de abril y, un poquito más lejos, del 26 de mayo. El pasado jueves, mientras se celebraba el acto de entrega de las Medallas de Andalucía, en Sevilla miles de personas volvían a protestar por el resultado de las elecciones, en un acto de bipolaridad democrática que le da a uno mucha rabia y muchas ganas de tuitear un lamento, que es lo que se lleva cuando uno quiere expresarse y demostrar compromiso y apego a unas ideas. Sus 200 caracteres, su par de etiquetas (cómo no) que sean tendencia en ese momento, y ya es uno el más andaluz de los andaluces. Pero no. Este año no. Este año, en plenos carnavales, en mitad de un puente y en un invierno que parece ya primavera, el recuerdo del otoño electoral sigue tan vivo que no han habido ganas de agitar la blanca y verde. Qué poco andaluz, ¿no?