La desaceleración es la antesala de la crisis, según nos dicen nuestros expertos. Y tal vez debiera ser ese el tema central de nuestro debate preelectoral, con todos los añadidos que se desprenden en cascada de ese concepto económico que aprendimos con certidumbre en otra crisis, aquella vez moral y ética antes que económica. Hay quien ya pone en solfa sus principios liberales o socialdemócratas, aunque aquí parece que las preocupaciones de los aspirantes a presidentes del Gobierno se centran más en desenterrar dictadores y reabrir viejas heridas que deberían haber cicatrizado ya a la concordia exigible a una sociedad española que ha padecido tanto a lo largo de los siglos con espadones, pronunciamientos militares y gobernantes mediocres que parece casi de sainete que no se hable de empleo o de inclusión social y sí estemos a lo que nos gusta, resucitar muertos y espantajos. Y esto no tiene que ver con la Memoria Democrática o Histórica, como pomposamente se ha dado en llamar: los que tienen a familiares en cunetas, como el que suscribe, por cierto, cuentan con todo el derecho a buscarlos, encontrarlos y darles un enterramiento digno. Otra cosa es profanar tumbas de líderes comunistas y sacar a empellones de la lápida a aquel militar gordito y asesino que nos agarró por las gónadas a todos durante cuarenta años. También se nos va la brújula política a Cataluña, confundiendo, como nos quieren confundir a todos, diálogo con entreguismo. Hablar sí, pero ¿para qué? El gran problema pendiente de aquella tierra es su encaje definitivo dentro o fuera de España, ya se verá, y la locura impositiva de la mitad de la población que trata de administrar su utopía a plazos a la otra mitad, que no ve e en el paraíso independentista más que un atisbo de delirio mesiánico que sólo puede hacernos caer a todos por el eterno precipicio de la historia que espera a los pies de la cama de cada español, como parte de esa historia colectiva de fracaso político que es este país desde su gestación inicial. Una vez más, nos enfrentamos a un rosario de elecciones con líderes mediocres como Pablo Casado o Pedro Sánchez, capaz el primero de relativizar algo tan sagrado como un embarazo y amenazando con suprimir derechos indiscutidos en una sociedad democrática como el de que cada mujer pueda disponer de su cuerpo como le venga en gana; y el segundo, incapaz de comprender la esencia democrática y pactista de su propio partido, el que recibió de los Prieto, Besteiro, González o Guerra, aunque el alma caballerista sea, desgraciadamente, la única que cala cual gota malaya en una mente onanista entregada al autobombo. Si a este sainete se unen el líder morado, los bandazos naranjas y los neofascistas el reparto cuenta ya con todos los ingredientes para acabar en tragedia cívica. No hablo de sangre, borrada por la otrora esperanzadora formación de la depauperada clase media, sino de derechos y futuro, ese que tan poco les preocupa.