Es difícil saber lo que pasa con el Brexit y el único consuelo es pensar que los británicos tampoco lo saben. Émile Zola se preguntaba allá por 1840 sobre los efectos en la mente humana de la vertiginosa velocidad que alcanzaban los primeros ferrocarriles, capaces de cubrir la asombrosa distancia de 40 kms en tan solo una hora. A mi me ocurre un poco lo mismo con la información, estamos tan saturados de noticias que uno se pregunta si somos capaces de digerirlas todas, sobre todo cuando muchas de ellas son voluntariamente falsas (hay quien con con mucha cara dura las llama «verdades alternativas») e incluso muy falsas. Son bulos sin fundamento. Allá por 1931 Aldous Huxley inventó la palabra Newspeak en su deliciosa distopía Brave New World. El último invento para seguir engañándonos son los deepfakes, una combinación de imagen y sonido radicalmente falsa pero muy bien hecha y muy difícil de descubrir que puede hacer aparecer a un político diciendo y haciendo lo que nunca dijo o hizo. Sus posibilidades son enormes para los ciberterroristas. ¿Se imaginan las consecuencias de un deepfake que presentara al Molt Honorable sr. Torra borracho como una cuba, envuelto en la rojigualda y dando vivas a España por el Paseo de Gracia? O, ya en serio, ¿a un legionario pisoteando un Corán frente al ayuntamiento de Ceuta? Por eso, la primera tarea que debe imponerse cualquiera que siga la actualidad es discernir entre lo que es verdadero y lo que es falso, especialmente en la información que nos llega por las redes sociales que son particularmente manipulables y que han sido muy activas a la hora de mentir sobre las consecuencias del Brexit, porque no solo han contribuido a ello deshonestos políticos locales sino también intereses extranjeros que desean debilitar el proyecto europeo (por su parte, el CNI ha detectado actividad de hackers rusos al menos en 75 ocasiones en torno al procès).

Otra forma de desinformar, esta vez involuntaria, es no saber uno lo que quiere de forma que se engaña al prójimo al mismo tiempo que a uno mismo, como también ocurre con el Brexit y en ningún sitio ha tenido la desinformación más éxito al llevar a muchos británicos a votar por algo que va a empeorar notablemente su calidad de vida pues se estima que un divorcio a las bravas puede costarles hasta 8 puntos de PIB y eso les pone muy nerviosos a todos. Y se dan cuenta ahora, cuando falta un mes para abandonar la UE de una forma o de otra. Theresa May no consigue el apoyo de sus propios diputados al acuerdo firmado con la UE y necesita la amenaza de una salida sin acuerdo para asustar a los que rechazan su plan. Los laboristas no quieren oír hablar de un divorcio por las bravas y ante el fracaso de sus propias propuestas contemplan ahora la posibilidad de un nuevo referéndum. Y eso la da a May una posibilidad porque esa idea aterroriza aún más a los euroescépticos de su partido, los que hasta ahora la habían boicoteado pero que ahora ven las orejas al lobo de un posible remain, que es lo último que quieren. Tienen un guirigay descomunal. Y como fuera de la UE hace mucho frío, estos días ha continuado el goteo de dimisiones en los dos principales partidos del Reino Unido, porque cada vez son más numerosos los que conservan algo de lucidez y se resisten a comulgar con ruedas de molino, aterrados ante las consecuencias de un Brexit duro, sin acuerdo con Bruselas. Por eso May trata de convencer a los europeos para que le den más tiempo a la espera de lograr más apoyos para su plan en el parlamento de Westminster. Bruselas no quiere renegociar el acuerdo pero podría aceptar una declaración interpretativa añeja y ampliar los plazos... solo si los británicos se aclaran antes sobre lo que quieren y dan garantías de que esa opción contaría con votos suficientes para ser aprobada en Londres. Y ahí es donde está el principal problema.

Durante los tres años transcurridos desde que Cameron tuvo la mala idea de crearle problemas al país para intentar resolver (sin éxito) los internos de su propio partido, los británicos han tenido tiempo para darse sobrada cuenta de que no era verdad la milonga que les han contado sobre los pretendidos beneficios del Brexit. El Reino Unido es un país con una gran historia y un gran imperio detrás, pero con un presente mucho más modesto y fuera de la Unión Europea se convertirá en una pequeña isla en mitad del Atlántico sin ni siquiera poder presumir de «una relación privilegiada» con el primo norteamericano, porque éste ya se ha dado cuenta de que en Europa manda Alemania y porque además en Washington está el señor Trump que es imprevisible y de quien solo se fía el 27% de los británicos. El porcentaje es aún más bajo en Alemania (10%), Francia (9%) y España (7%). Y también puede suceder que Escocia e Irlanda del Norte se acaban desgajando del tronco común e Isabel II, la monarca que heredó un imperio, la más longeva de la historia británica, termine reinando solo sobre Inglaterra y Gales. Nadie lo desea, pero ya se sabe que no hay situación mala que no sea susceptible de empeorar. Por eso hay que desearles a los políticos británicos que sean capaces de dejar de lado sus intereses partidarios para poner por delante los intereses del Reino Unido. Y que aclaren de una vez el actual desbarajuste. Porque estamos hartos.