Con el inicio de la Cuaresma, hoy Miércoles de Ceniza, se inician los 40 días en los que la Iglesia llama a los fieles a la conversión y a disponerse para vivir los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en la Semana Santa. Esta etapa cuaresmal alcanzó su sentido penitencial para el orbe cristiano en el año 384 d. C. y desde el siglo XI es costumbre poner la ceniza al comienzo de este período de pesadumbre.

Este acto simbólico se dirige hacia la toma de conciencia de la debilidad humana. Todos, en mayor o menor media, somos responsables de nuestros defectos y de la incoherencia, en muchas ocasiones, de una conducta errada. Este tiempo singular, bajo la óptica de lo místico - en cualquier religión-, nos rememora que algún día vamos a morir, preparándonos para comprender que todo lo material que poseemos se acaba con el óbito. Ciclo reflexivo para reorientar la existencia.

Si nos planteamos el fenecimiento, recuerdo la cita de Gabriel García Márquez cuando matiza: "La muerte no llega con la vejez, sino con el olvido", esto es, por mucho que nuestro cuerpo fallezca, solo morimos realmente cuando dejamos de ser recordados.

Federico García Lorca se inmortaliza en Málaga gracias a la evocación de sus estancias veraniegas, junto a su familia, en el Hotel Hernán Cortés -actual Subdelegación del Gobierno- entre los años 1918 y 1924. Documentos hallados en el Archivo Manuel de Falla de Granada testifican la gran seducción que la urbe y sus gentes provocó en el poeta, afirmando: "Málaga es maravillosa y ahora ya lo digo dogmáticamente. Para ser un buen andaluz hay que creer en esta ciudad que se estiliza y desaparece en el mar divino de nuestra sangre y nuestra música". La Caleta se retorna lorquiana. Gracias Federico por enseñarnos a aprender a querernos.