Los que piensen que tras una convocatoria electoral viene ya la campaña, están equivocados. Al anuncio de comicios le sigue una etapa de convulsión interna en los partidos que bien podría denominarse «fase de navajeo». Es una batalla interna sin piedad con intervención de la infantería militante, la artillería de cargos destacados y los paracaidistas que lanza desde el avión presidencial cualquier partido. Unos paracaidistas logran alcanzar sus objetivos, otros expiran antes de tocar tierra y algunos fallecen políticamente a los pocos días porque no logran adaptarse a un territorio tan inhóspito dominado por militantes de base que llevan años en una corrosiva lucha de trincheras.

Si ponemos nombres y apellidos a este esquema descriptivo de la situación, lograremos un retrato de lo que ahora mismo sucede en la política española. Pablo Casado lanzó sobre Cantabria a la atleta Ruth Beitia pero le dimitió a los pocos días, víctima del disparo de una frase inoportuna. Albert Rivera lanzó por sorpresa sobre su organización en Castilla y León a la ex presidenta de las Cortes regionales, Silvia Clemente, pero un sector del partido, dirigido por el solvente diputado Francisco Igea, se amotinó. Ganó Rivera por un puñado de votos pero dejó muchos heridos. Igea vuelve a su puesto de médico en Palencia. Una pena. Pedro Sánchez anunció el desembarco de algunos de sus ministros en las listas de Andalucía y el ejército susanista amenazó con constituirse en guerrilla, recordando a Despeñaperros contra los franceses. Es lo que el alcalde perpetuo de Dos Hermanas, Quico Toscano, llama «las eternas primarias del PSOE». Al final habrá pacto, parece, y encabezará Sevilla la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, revelación en el debate de Presupuestos. No hacerlo así hubiera sido una malversación de recursos políticos.

Luego está el culebrón de Podemos. Se consolida el drama de que a la Comunidad de Madrid opten enfrentados el cofundador del partido, Iñigo Errejón, frente a Isabel Serra, pablista sin fisuras. Y, además está la incertidumbre abonada por unas declaraciones de la portavoz parlamentaria, Irene Montero: «Una mujer liderará muy pronto Podemos». ¿Ella? No hay otra. ¿Ya el 28 de abril? No se descarta. La capacidad de Iglesias para crear golpes mediáticos está probada y quién sabe si, aprovechando el empuje de las manifestaciones feministas del 8 de Marzo, presenta a «la primera mujer candidata a la Presidencia del Gobierno en la historia de España». Suena bien.

Quizás busque un amortiguador al retroceso de Podemos que anuncian las encuestas, como en 2016 hizo con la incorporación, o acaso la fagocitación, de Izquierda Unida. Tarde o temprano eso sucederá, entre otras cosas, porque, como sostiene Albert Rivera desde 2016, «Pablo Iglesias ya sabe que él no será Presidente del Gobierno».

Los independentistas merecen capítulo aparte. Resistiendo presiones de Carles Puigdemont, Esquerra Republicana hará la guerra por su cuenta y Oriol Junqueras será candidato al Congreso y, un mes después, al Parlamento Europeo. Desde Waterloo la orden tajante al PDCAT es encabezar listas con presos o huidos bajo la marca Junts per Catalunya; a saber, Jordi Sánchez por Barcelona, Rull por Tarragona, Turull por Lleida y el propio Puigdemont por Girona. Además, exige los números dos de cada candidatura para tener gente de confianza. Se pasa a cuchillo a Campuzano, Xuclà y Marta Pascal. «No fue buena idea dejar caer el Gobierno de Sánchez», sostiene Artur Mas. Pero Puigdemont impone su ley: «cuando mejor, peor». Este hombre sueña con Pablo Casado como presidente para que aplique «el 155 más duro y permanente». Eso garantizaría una fábrica de independentistas con el objetivo de alcanzar una mayoría suficiente para presentarse ante el mundo como víctimas de una España opresora. Definitivamente, el catalanismo moderado y pactista ha pasado a mejor vida. Y si tenía que resucitarlo Santi Vila, de momento está procesado.