Toda reivindicación que se promueva a los fines de alcanzar la plena igualdad entre hombres y mujeres es poca. Y si bien es verdad que, de cara a la galería, el escaparate de lo público suele fomentar un discurso igualitario al que diera la sensación de que, en aras de lo políticamente correcto, todo el mundo se adscribe, seamos francos: aún queda mucho campo por desbrozar. Allí perduran, en otro siglo, las referencias de indubitados iconos de la lucha feminista en España como Clara Campoamor, Emilia Pardo Bazán o la malagueña Victoria Kent: mujeres de bandera que, haciendo espada de su impecable e implacable discurso, aportaron verdaderas semillas sociales en la lucha por la igualdad de sexos. Por desgracia, a niveles de escaparate social, como decía antes, estas reivindicaciones pierden seriedad cuando se enarbolan por ciertos grupúsculos que sustituyen la elegancia de un discurso contundente por la pura provocación e incluso el agravio, en algunos casos, al sexo opuesto. Estas expresiones incongruentes y minoritarias, emitidas en el marco general de una reivindicación justa y necesaria, vienen a dar al traste con la emotividad y el empuje que exhibieron sus impulsoras del XIX en España. En cualquier caso, hoy por hoy, no queda tanto por arreglar en público, que también, como de puertas para adentro. Y me refiero a ese submundo familiar donde la tarea que genera la crianza aún se adjudica a la madre por derecho propio, ese submundo laboral donde, en las entrevistas de trabajo, aún se pregunta por las previsiones de embarazo, ese submundo social donde mujeres mayores, que bebieron del modelo antiguo, aún cuestionan a las nuevas generaciones lo propio o impropio de una falda corta, de un maquillaje o de unos zapatos de tacón. Lo peor, como les digo, aún resiste agazapado en las tendencias personales, en las plazas, en los despachos, en los callejones oscuros de la medianoche y en el «mujer tenías que ser» de las carreteras. Insisto, cualquier reivindicación en pos de la igualdad es poca. Con todo y con ello, a pesar de los desafortunados y puntuales discursos contra los hombres que, aquí y allá, se puedan agitar haciendo flaco favor a la lucha igualitaria, hay que seguir apoyando la generalidad del movimiento sin fisuras de discurso ni incoherencias de hecho. Por justicia y por el peso lacerante que, a lo largo de los siglos, ha soportado y sigue soportando la espalda de la mujer. Tengan en cuenta, en su comparativa interior, que la completa totalidad del ecosistema la abarca el mundo, no el espejo del localismo. España no es Nigeria. No se olviden nunca del total. Y tengan cuidado, mucho, y desconfíen de quienes, particulares u organizaciones, buscan apropiarse de estas reivindicaciones para desborde de egos personales y rédito político. En Málaga, la semana pasada, la reunión de portavoces de la Junta de Personal de la Administración de Justicia definió las formas de la concentración en la que, de manera aséptica y frente a las puertas de la Ciudad de la Justicia, la secretaria de dicho órgano representativo de los trabajadores leería un manifiesto en favor de los derechos de la mujer. Los representantes sindicales se comprometieron expresamente a sostener ese particular acto de la Junta de Personal sin cartelería, logos o banderas a fin de no politizar una reivindicación que es, per se, de justicia y de todos. Sin embargo, en un claro gesto de interés propagandístico, en el momento de lectura del manifiesto, los delegados de CCOO y UGT, los dos sindicatos con menos representatividad en dicha Junta de Personal, desplegaron una gigantesca pancarta con sus logos a fin de que la hemeroteca y la cámara registraran su presencia ante los medios. Una clara manipulación del evento llevada a cabo ante la perplejidad del resto de sindicatos y trabajadores presentes en el acto. Una más que patente ansia por apropiarse indebidamente del momento, un manifiesto puenteo a la Junta de Personal y una vergonzosa necesidad de sacar rédito electoral y político por encima de las mujeres, de los trabajadores y de cualquier otra cosa. Vergüenza ajena, descrédito y apropiación indebida de una reivindicación que no es política, que no es sindical, ni tan siquiera de las mujeres. Apropiación indebida de una lucha universal que nos compromete a todos.