La maternidad y la paternidad son experiencias esenciales para muchas personas, tanto que algunas hacen de ello su santo y seña, un motivo para seguir viviendo. La baja natalidad es un verdadero problema en este país y el anhelo de formar una familia siempre es respetable y hasta subvencionable, si me permiten la expresión. Pero lo que nunca entenderé, y esta es una discrepancia fundamental que mantengo con algunos amigos, es que una pareja pague a una mujer para que tenga en su seno al hijo deseado, lo que se denominan hoy en día vientres de alquiler. Sé que Ciudadanos apoya abiertamente esta opción que, como todo en esta vida, tendrá sus beneficios y sus perjuicios y sobre esta propuesta se requiere un debate médico, sociológico y filosófico de altura. Ahora bien, a mí me van a encontrar en frente. ¿Por qué? En un mundo ideal, que una mujer alumbre el hijo de una pareja a cambio de una remuneración económica pactada puede ser defendido por algunos como un gran acto de amor; se ha llegado a vestir ese gesto como un hito más del feminismo ilustrado. Pero mi principal reserva es que las mujeres que se van a prestar a convertir su vientre en un seno arrendable serán aquellas que no tienen medios económicos. Dice Remedios Ramos, la edil de IU-Málaga para la Gente, que el feminismo no sólo es una lucha por la igualdad entre los dos sexos, sino que también es una batalla fundamentalmente económica, porque la desigualdad está más presente conforme más se desciende en la escala económica que nos hemos dado para dividir nuestras sociedades supuestamente modernas. Al final, los vientres de alquiler se van a convertir en un mercado en el que algunas de las mujeres con menos ingresos o aquellas que viven en las áreas más degradadas van a ver, según oscilen los precios, una oportunidad para mejorar su situación económica. Hay cosas que no se pueden amparar y esta es una de ellas. Bien están los tratamientos médicos que ayudan a las parejas que lo desean a cumplir su sueño; incluso soy partidario de que la mujer, como se recoge en la actual Ley del Aborto que jamás debería ser derogada, sea quien decida si da por interrumpido o no su embarazo, pero la gestación subrogada me recuerda a estampas ya olvidadas en este país en las que familias ricas, de posibles como se llamaban en los cuarenta y los cincuenta, van a comprarse un hijo como quien va al mercado a pedir un kilo de manzanas. El problema es que quien se presta a eso, siendo o no consciente de ello, parte desde una situación desigual y se convierte en persona explotable. Las leyes han de estar por encima de las personas y de sus anhelos, porque si es respetable que una pareja quiere tener un hijo, no lo es que se le permita pagar a otra mujer para que lo haga, perpetuando aún más la diferencia existente entre las personas según la cuna y el dinero que se tengan. Dicho sea todo ello con todo el respeto a las posturas de cada cual.