Algo tienen que estar haciendo mal, rematadamente mal, los partidos para que tenga que venir una adolescente escandinava de aspecto frágil a recordarnos a todos nuestra común responsabilidad común con el futuro del planeta.

De la derecha, siempre competitiva e individualista, poco se puede esperar a ese respecto: parece sólo interesada en el crecimiento económico por encima de todo sin reparar en sus consecuencias.

Pero al menos la izquierda debería en principio tener otra sensibilidad, otras preocupaciones. Y, sin embargo, sus políticos, como los de otros partidos, no parecen estar pensando muchas veces más que en las próximas elecciones.

Por no decir nada del egoísmo de tantos ciudadanos dispuestos a montar un escándalo en cuanto se les prohíbe entrar con sus vehículos contaminantes en el centro de las ciudades y se les obliga a utilizar el transporte público para sus desplazamientos.

Es pues de agradecer que, ante tan desalentador panorama, hayan decidido los jóvenes de varios países seguir el ejemplo de esa muchacha de 16 años llamada Greta Thunberg, e iniciar una campaña de protestas contra el cambio climático y la inacción de la clase política.

La campaña, a la que se han apuntado también muchos jóvenes españoles, en su mayoría universitarios, debe culminar en una huelga estudiantil internacional el 15 de marzo.

«Nos jugamos nuestro futuro. Si los políticos no hacen nada, haremos que nos oigan. El coste de la pasividad es enorme. Hacen falta cambios profundos en un modelo económico cuya principal víctima somos nosotros», escriben en un comunicado.

Thunberg, convertida de pronto gracias a los medios en una estrella de esa lucha, dice haberse inspirado a su vez en un grupo de estudiantes estadounidenses que, tras una masacre en su escuela de Florida, se manifestaron contra la proliferación de las armas de fuego en su país.

La adolescente sueca, al igual que otras jóvenes impulsoras de ese movimiento, como la alemana Luisa Neubauer, han sido objeto, como era de esperar, de una vil campaña de odio en las redes sociales.

Parece no importarles. «El odio significa que se sienten amenazados», afirma Thunberg en clara alusión a esos adultos, incapaces, aunque tengan hijos y nietos, de ver más allá de sus narices.

A uno no ha dejado, por otro lado, de sorprenderle que precisamente en España el partido de los Verdes siempre haya tenido tan poca fuerza cuando es uno de los países que por tantas razones más necesita un fuerte movimiento ecologista.

Poco a poco, aunque demasiado lentamente, eso parece estar cambiando, como lo demuestra la peatonalización de cada vez más centros urbanos y el hecho de que haya ayuntamientos que empiezan a tomarse en serio la contaminación y el cambio climático.

Por ejemplo, el de Valladolid, dirigido por un socialista y con una concejal de Ecologistas en Acción responsable del Medio Ambiente, que, alarmado por los elevados índices de polución para una ciudad tan pequeña, aplicó reducciones de velocidad y cortes de tráfico y estableció durante un día la gratuidad de los transportes públicos. Por algo se empieza.