¿Puede ser jefe de Estado una persona que mató al hermano que le precedía en el orden sucesorio, por mucho que el arma se disparara por accidente? En efecto, la respuesta al dilema es Juan Carlos de Borbón. Es tan morboso ahondar en la escena mortal protagonizada por un joven de 18 años, como estéril discutir la inhabilitación de un monarca que triunfó en su primera etapa de tránsito de una dictadura a una democracia homologable. No solo por las seis décadas transcurridas desde el fallecimiento de Alfonso de Borbón y Borbón, sino porque la inventiva humana ha encontrado faenas más próximas que reprocharle al Rey emérito.

Para quienes hayan vivido en otro planeta durante este mes de marzo, Podemos presenta a la alcaldía de Ávila a una mujer condenada por asesinato hace 35 años. Pilar Baeza cumplió su condena, no tiene deudas pendientes con la justicia. De nuevo, se puede debatir eternamente si la víctima violó previamente a su asesina vengativa, discutir los siete años de encarcelamiento o dirimir los detalles del crimen. La presencia en las listas electorales de 2019 parece admisible, salvo que se esgriman los exigentes criterios de la memoria histórica.

Quien revuelve con voluntad reivindicativa en sucesos con más de ochenta años de antigüedad, por fuerza ha de considerar activos los asesinatos cometidos en los años ochenta. La concentración en la memoria histórica dificulta la aceptación como candidata de Pilar Baeza, obligada por su adscripción ideológica a investigar crímenes previos a su asesinato. Por fortuna, la transición denigrada por Podemos acude en ayuda de la aspirante. Aquel periodo se sazonó con dosis razonables de derecho al olvido. Sin necesidad de farragosos pronunciamientos teóricos, se aceptó no preguntar a nadie de dónde venía, solo adónde se dirigía. El método fue satisfactorio, hasta que se sometió al examen retrospectivo de los compañeros de la candidata a la alcaldía de Ávila.

En contra de la vocación arqueológica de los cazadores de tuits con años de antigüedad, no se trata de analizar las condiciones que reunía Baeza en 1985, sino de delimitar quién es ahora. Con la salvaguarda de que el votante decide. Quienes se abalanzan sobre la candidata con furia integrista, mostraron mayor generosidad hacia Santiago Carrillo, también acusado de horrendos crímenes antes de actuar como presentador de las memorias de Manuel Fraga. Los partidos insisten en decidir en nombre de sus votantes, pese a los revolcones que les ha supuesto esta petulancia.

David Rieff escribió Elogio del olvido, un libro difícil de olvidar. Comentando su relativización de la memoria, el hijo de Susan Sontag me ofreció el siguiente titular, «cuidado con lo que encuentras al desenterrar cadáveres». Esta advertencia sobre la frontera entre la sensibilidad y la sensiblería no solo se refiere a la identidad de los muertos, sino a la evolución de los autores de la desaparición de un ser humano. El comisario Sebastián Trapote llegó a jefe de la Policía en Cataluña tras haber matado en los setenta a un obrero detenido, que se hallaba de espaldas y que supuestamente esgrimió una navaja. Los indultos del postfranquismo salvaron curiosamente al funcionario policial de acendradas creencias, aunque el reproche legal llegaría por la vía económica. Si ahora puede incriminar tranquilamente a los presos del procés, que entre los doce no suman un solo delito de sangre, ¿cuál es exactamente el problema con la alcaldable de Ávila?

Toda exploración del pasado implica una renuncia al presente inexorable, aunque la mirada por el retrovisor se disfrace de la muy discutible necesidad de aplicar sus conclusiones a la actualidad. Personas que odian a la aristocracia con argumentos sobrados, se sienten ennoblecidas por un abuelo republicano, confundiendo el recuerdo emocional con la herencia pragmática. Se parecen a los descendientes de artistas, que se contonean como si su ilustre predecesor no hubiera podido materializar sus obras maestras sin el concurso de su progenie.

Los antepasados no incriminan ni absuelven. Volviendo a Baeza, la persona a la que llamábamos yo treinta años atrás guarda una relación discutible con nuestra vigente fugacidad. Al margen del criterio de los votantes, porque ellos sí pueden aplicar cualquier criterio estético o memorístico para sancionar una candidatura. La principal diferencia entre la sociedad actual y la postfranquista consiste en que entonces se hallaba siempre un punto para llegar a acuerdos, en tanto que hoy no fallan jamás los motivos para disentir. Ni siquiera se exige a continuación una expiación homogénea, se aplican discutibles criterios selectivos. Rajoy no pagó sus mensajes de ánimo a Bárcenas, escalofriantes al ser emitidos desde el podio de un presidente del Gobierno. Un examen estadístico confirmaría que la exigencia de pureza histórica castiga con preferencia a la derecha, pero puede tratarse de una casualidad.