Anoté hace ya bastante tiempo aquellas palabras del senador John McCain. Ahora veo que fueron proféticas. El que fuera un héroe de guerra y un eminente político estadounidense. Un hombre honesto que sirvió con ejemplaridad a su país como militar y después desde muy importantes responsabilidades políticas en el Partido Republicano. Al que siempre nos vendrá bien recordar como aquel senador por el estado de Arizona que entre sus últimas voluntades dejó el ruego de que por favor no se invitara a sus cercanos funerales de Estado al actual Presidente de los Estados Unidos, el señor Donald J. Trump.

Recuerdo lo que dijo sobre los Hobbits, en un sonado debate en el Senado sobre la crisis de la deuda en 2008, en plenas elecciones presidenciales norteamericanas, en las que participó sin éxito. Exasperado, se refirió a sus supuestos aliados, los ultraconservadores del movimiento del Tea-Party, como los daltónicos hobbits de la política de los Estados Unidos. Lo recogí en un artículo publicado en estas páginas hace ya ocho años.

Según Tolkien, el autor de El Señor de los Anillos, los Hobbits eran unos simpáticos y generalmente pacíficos seres antropomorfos, no muy brillantes, ambiguos moralmente y enemigos de violencias y rencores. También me encontré con los Hobbits y el Tea-Party republicano en un libro del gran Tony Judt: Algo va mal. Escrito en la fase final de la esclerosis lateral amifriótica que le llevaría a la muerte. Se refería el maestro a las reuniones del ala dura de los conservadores norteamericanos, en las que éstos «parodian e imitan a sus modelos del siglo XVIII. Lejos de abrir un debate, lo cierran. Unos demagogos dicen a la muchedumbre lo que deben pensar; cuando reciben el eco de sus palabras, se atreven a declarar que sólo están expresando el sentir popular.» Como siempre, el profesor Judt clavó la afilada flecha de su inteligencia en el centro justo de la diana. Como el senador McCain.

El 6 de agosto de 2010 Tony Judt nos dejó. Por supuesto, lo echamos de menos. Aunque no estamos solos. Nos acompañan sus libros, sus ensayos, es decir, su pensamiento a lo largo del sendero de sus lecciones magistrales en Cambridge, en Oxford, en Berkeley o en Nueva York Fue un gigante, sabio y bondadoso. Hace cinco años me encontré su Postguerra - un libro imprescindible para entender la historia europea a partir del 1945 - en Waterstone's, una atractiva y muy bien surtida librería en la calle principal de Leicester, en las Midlands británicas. Me recomendó el libro una muy erudita y casi oxfordiana empleada. Obviamente era una devota lectora de Judt. Y era obvio que practicaba un fervoroso europeísmo como una firme croyante et pratiquante. Creo que fue la primera persona que me habló en Inglaterra de la posibilidad y los peligros de algo que después conocimos como el Brexit. Como mujer y como persona culta e inteligente pudo ver más lejos. Empecé a leer Postguerra esa misma tarde en el apartamento donde pasaba unos días en el New Walk. Lugar salido, con sus árboles estivales y sus residencias victorianas, de una novela de Jane Austen. Sobre el que en estas páginas he escrito en otras ocasiones. Inglaterra todavía podía ser, en aquel verano, un paraíso. Y las locuras del Brexit que llegarían después parecían residir entonces solo en la mente de unos pocos lunáticos. Mi ejemplar de Postwar está ahora muy leído y sus páginas están algo más amarillentas. Desde hace tiempo es un muy apreciado compañero de viaje. Aparte de útil linterna para usar en estos tiempos de tóxicas mentiras y siniestras tinieblas.