Esto va demasiado rápido y demasiado mal. Ya llevamos un rato largo de siglo XXI y las posibilidades tecnológicas que tenemos al alcance de la mano son innumerables. Qué habría pensado cualquiera de ustedes que como quien escribe ya no cumplirá los 30, si alguien les hubiese dicho aún en edad escolar que en 2019 podrían tener el teléfono en clase de Naturales; que con un solo mensaje instantáneo al director del colegio desde el teléfono de sus padres podrían escaquearse de las clases de por la tarde y que, en esas pellas, podrían jugar a la consola contra alguien de la otra punta del mundo. Cara de Marty McFly, seguramente. De majareta para arriba. Pero bien sabemos ya que todo eso es la puntita de un iceberg lleno de stories de pies en la playa, temas de reguetón sonorizando melenas al viento o miradas perdidas pensando dios sabe qué y selfis de comidas familiares de domingo. Y entre tanta pamplina... el horror. Ayer viernes desayunamos con la tremenda noticia de un nuevo tiroteo con motivaciones racistas, en Nueva Zelanda. Todo está mal en esta última frase, menos el complemento circunstancial de lugar, empezando por tiroteo y acabando por «un nuevo». Obviando todo lo que se sabe ya del brutal suceso, lo que más horroriza que uno de los asaltantes retransmitió en directo el asalto a una de las mezquitas. Y me lo imagino la noche antes, como quien prepara una excursión a los montes un domingo, con todo preparado sobre la cama: «Armas semiautomáticas... cargadores... el manifiesto subido al foro... ¡Uy, casi se me olvida cargar la batería de la cámara y el móvil! ¡Qué estúpido soy!» Esta situación puede parecer cómica, pero desgraciadamente es tan cruda y tan real como que usted está leyendo estas palabras porque alguien se las ha compartido a través de Facebook o Twitter. Estas son las herramientas, algunas de ellas. En nuestras manos está convertirlas en armas. Herramientas, las redes, que le censuran la sombra de un pezón a Nuria Roca pero permiten la emisión en directo de una matanza: 17 minutos de un horror propio de una película hasta que alguien decidió que ya era suficiente. En pleno siglo XXI, una cámara o un teléfono móvil son un arma más en manos de descerebrados como este asesino, que quería que su obra llegase a cuanta más gente mejor... como quien sube a sus redes sociales su viaje de bodas o su forma de hacer una tortilla de patatas. Da miedo pensarlo, pero es que a veces este mundo da miedo.