Ahora que se ha producido el cambio político en Andalucía justo es reconocer que el gran éxito de la política territorial de la administración socialista en Andalucía ha sido su apuesta por las ciudades medias, que se extienden entre el Guadalquivir y la Penibética, apoyada con diferentes políticas de toda índole. Configuran una red intermedia de ciudades, con una población entre veinte mil y cien mil habitantes, que están sirviendo de articulación y equilibrio en la estructura territorial y demográfica andaluza. Gracias a ella, Andalucía está libre de los graves procesos de despoblamiento que constituyen el gran problema que padecen amplias zonas del interior de la península. Posiblemente sea la red urbana más extensa y equilibrada de España constituyendo una fortaleza muy importante en todos los aspectos de la vida andaluza. Pero una cosa es que el equilibrio se consiga potenciando determinados núcleos o territorios y otra que se frene el crecimiento de otros en pro de una teórica igualdad.

Dicho lo cual conviene hacer unas cuantas precisiones. Los cambios tecnológicos, climáticos, institucionales y de estructuras productivas en cualquier territorio y sociedad son constantes, lo que inevitablemente lleva aparejadas desigualdades en la dinámica económica, demográfica y territorial de dichos territorios. Los procesos de desarrollo, por su propia esencia, son desequilibrados. No todos los territorios pueden crecer al mismo tiempo ni al mismo ritmo.

Una de las formas más claras en que se manifiestan los desequilibrios es la relación entre población y territorio y en la ocupación de éste por aquélla. Los geógrafos y economistas la miden, entre otros medios, por los centros de gravedad respectivos que, en España, se desplazan hacia el Mediterráneo. En Andalucía también.

¿Por qué? Frente a las tradicionales divisiones entre Andalucía Alta y Baja, Oriental y Occidental, Bética y Penibética, modernamente la dicotomía más relevante se aprecia entre la Litoral y la Interior. Y, abundando más, también dentro del litoral andaluz hay diferencias sensibles entre la costa atlántica y la mediterránea. En el fondo son la respuesta a los cambios experimentados en las fuentes de actividad económica y consiguiente generación de renta. Por dar un par de datos significativos, en los dos y pico kilómetros cuadrados del Parque Tecnológico de Andalucía en Málaga sus 20.000 trabajadores generan un valor de producción que duplica ampliamente la producción agraria total (agricultura, ganadería, pesca y forestal) de la provincia. O que en la costa almeriense -singularmente El Ejido- se produzca el 60% del valor total de las hortalizas de toda Andalucía. Son dos ejemplos de transformación de las bases económicas y de la necesidad de que la nueva administración andaluza cambie el «chip» y elimine las trabas que -valga la redundancia- traban muchas veces la expansión de las zonas más dinámicas.

Pero, ¿existen tendencias que expliquen la ocupación del territorio andaluz por la población y su evolución? Hay cuatro vectores que explican su dinámica en la que influyen la mejor accesibilidad a la sanidad y a la enseñanza, el fortísimo incremento de la productividad agraria, el atractivo de la vida en las ciudades, su mayor diversidad y oportunidades de empleo, el bienestar que proporcionan servicios inexistentes en las zonas rurales y, en general, la amplitud de relaciones de toda índole que existen en los núcleos urbanos. Estos cuatro vectores detectados estadísticamente de la evolución demográfica, y algunos datos relevantes de los mismos, son:

1. «De lo pequeño a lo grande». Analizando la evolución de la población por tamaño de los municipios desde principios del siglo XX, clasificados en cinco grupos, hoy día el 40% vive en las ciudades con más de cien mil habitantes, cuando en 1900 ese porcentaje era el correspondiente a los municipios de cinco mil a veinte mil habitantes. Evidentemente ha aumentado el volumen de la población andaluza, pero lo significativo es que, en términos relativos, se ha producido una transferencia de población desde los núcleos más pequeños hacia los más grandes atraída por las grandes ciudades que aumentan su dimensión en mayor proporción.

2. «De la montaña al llano». La tendencia en los seis grupos de municipios clasificados por su altitud demuestra que es irrefrenable la tendencia a vivir a menos de 200 metros donde residen hoy día dos terceras partes de la población andaluza. El componente climático está en el fondo de esta tendencia, que complementa al vector anterior, estadísticamente frenada por la altitud de dos capitales como Granada y Jaén que atraen población de sus entornos provinciales de elevada altitud media.

3. «De la tierra al mar». El clima más templado de las costas genera una atracción que, en términos relativos, ha supuesto que la población de los municipios litorales -el 20% en 1900- casi se haya duplicado en 2015. Obviamente la densidad de población media de estos municipios es considerablemente más alta que la de los interiores.

4. «La mediterraneización». La población de los municipios litorales del Atlántico y del Mediterráneo que era prácticamente similar en 1960, se ha desequilibrado a favor del litoral mediterráneo que ha pasado en términos relativos al 62%, mientras el atlántico ha bajado al 38% en 2015; tendencia uniforme y constante.

Con este cuarto vector apunto otras razones adicionales a los tres anteriores que explican esa tendencia. Pues, al margen de otras consideraciones, ese mayor dinamismo demográfico del Mediterráneo, que lo es también económico, creo que refleja

-globalmente- diferencias de mentalidad social muy lastradas por el gran peso de las respectivas raíces históricas. Diferencias que -simplificando mucho y con las matizaciones que se puedan plantear- podríamos sintetizar en una frase: «La Andalucía mediterránea mira al futuro con más capacidad de afrontar riesgos y mayor espíritu emprendedor, en comparación con la atlántica y el interior más ancladas en las seguridades de un pasado que se añora». La historia y el peso de las tradiciones de estas últimas son muy fuertes y lastran su capacidad para afrontar los profundos cambios de la modernidad. Pienso que los tres siglos de retraso en la castellanización del reino nazarí de Granada, respecto del resto de Andalucía, y la posterior conversión de Sevilla en la gran capital del mundo tras el descubrimiento de América, han dejado un poso social explicativo de esas diferencias que afloran, especialmente, cuando el librecambismo se impone beneficiando a los territorios marítimos más y mejor relacionados con el exterior.

En definitiva, ¿procede cambiar de estrategia y facilitar el dinamismo económico de aquellas zonas que pueden «tirar» del resto? Una última constatación. ¿No resulta muy significativo que después de la gran crisis pasada las únicas entidades financieras que subsisten en Andalucía, y con gran éxito, sean UNICAJA BANCO y CAJAMAR con sedes en Málaga y Almería, respectivamente, mientras el resto han desaparecido?