Decía Benedetti que cinco minutos bastan para soñar una vida. Puede que cuando él repentizó este pensamiento solo pretendiera darle relumbrón a la relatividad del tiempo, pero lo cierto es que volvió a hacerlo: otra vez demostró que hasta el pensamiento más facilón cuando pasa por el negociado de enjundia cerebral puede convertirse en el guión de una novela inmortal y hasta en la clave de un tratado de filosofía de vida.

Pero, lamentablemente, el negociado de enjundia cerebral no es un negociado común en el cerebro del sapiens, cosa, por otra parte, natural en los mundos en los que la apariencia prima sobre la substancia. Cuando el verbo parecer anula y sustituye al verbo ser en todos sus tiempos y modos, la torpeza termina haciéndonos prisioneros de nosotros mismos ad perpetuam. En este sentido, me consta que no son pocos los que tras conocer el pensamiento de don Mario sufrieron una traicionera llave de jiu-jitsu que les estranguló la sinonimia hasta llevarlos a confundir el soñar con el divagar y con el delirar. Un dolor...

Muy a pesar de la trascendencia de su función, el negociado de enjundia cerebral no es un negociado excesivamente cargado de neuronas, de hecho tiene muchas menos neuronas que todos los negociados cerebrales cruciales para el ejercicio político, pero, eso sí, nada tiene que ver una neurona enjundiosa con el resto de las neuronas. Los negociados de la estupidez política y de la iracundia política, por ejemplo, uno a uno, tienen infinitamente más neuronas que el negociado de enjundia cerebral. Nótese, si no, el desequilibrio neuronal de los señores Trump, Kim Jong-un y Maduro, entre otros, que demuestra cómo los encéfalos de algunos políticos exigen estar absolutamente vacíos de enjundia cerebral para que sea solo su masa gris más irresponsable la que ocupe todo el espacio de su capacidad craneal desde el que fluyen las impresentables jaranas y saraos políticos a los que estos individuos nos tienen habituados. Ay, las carencias, madre...

Volviendo a los cinco minutos de Benedetti, sin tratar de contradecirlo, sino de parafrasearlo, «no bastan cinco minutos para soñar una vida atada a los designios de las verdaderas y sucesivas intenciones políticas de los pueblos», especialmente si nos situamos en la realidad de nuestros terruños patrios nacional, autonómico y municipal, convertidos actualmente en universos electorales en los que casi todo vale.

Los negociados del travestismo, el narcisismo y el saltimbanquismo político, entre otros, que, como los de la estupidez e iracundia política, exigen la desaparición del negociado de enjundia cerebral para hacerse presentes, están en pie de guerra y han invadido el escenario de las medias verdades y de las mentiras completas, que es el escenario desde el que cada partido pretende hacernos soñar toda una vida en pocos minutos. El tono intimidatorio de los mistagogos y nebulones salvadores de la patria ya resuena por doquier. El de siempre, claro: «si no me eliges, torpe, que eres un torpe, arderás en el averno». Impresentable.

Huyendo de esta realidad, esta mañana me he refugiado en otra posible realidad: que el turismo, nuestro turismo, el andaluz, está a salvo. Y que lo está por la intervención de nuestro vicepresidente y superconsejero Marín. La creación de la superconsejería de Turismo, Regeneración, Justicia y Administración Local que me ha mantenido temblando desde su creación por el aparente batiburrillo imposible de su componenda, puede que no responda a estrategias políticas partidistas, sino al tino de los preclaros.

Un poner:

Todos los que no queremos ser ciegos, sabemos que nuestra gestión turística institucional, por razones de edad e inacción, sufre desgaste degenerativo. Toda generación, de cualquier índole, o se regenera cíclicamente o termina degenerándose. Nuestra gestión turística no es una excepción. Y, a tenor de lo que bien pudiera ser una agrupación de intenciones, tampoco la Justicia, ni la Administración Local andaluzas pudieran serlo. O sea, que la madre del cordero, el eje de la superconsejería, bien pudiera ser que al superconsejero Marín le bastaron los cinco minutos de Benedetti para soñar la regeneración sobre todas las cosas, es decir, que no se trata de tres intenciones distintas y una sola consejería verdadera, sino de una intención verdadera, la regeneración, en el seno de una consejería distinta. ¡Toma ya, en positifo, siempre en positifo, tú...!

Obviamente, esto es solo «un poner...», pero, ¿y si resultara que el superconsejero Marín es así?