Y ahí se cerró el círculo. Cuando Roberto Chinchilla, uno de los actores protagonistas de la película de Javier Fesser, Campeones, nos llamó campeones a quienes no convivimos diariamente con la discapacidad. Fue la pirueta moral perfecta que, casi seguro, nadie esperaba. Porque a los «normales» (dicho con provocadora intención) nos puede hacer sentir bien reconocer como de campeonato los obstáculos de todo tipo que superan a diario las personas discapacitadas, pero que sea una de ellas quien nos dé la palmadita en el hombro por haber organizado la charla en la que participaba llamándonos «campeones» a nosotros, pone algunas cosas en su sitio.

Ocurrió ayer en el marco del denominado 'Espacio solidario' del 22º Festival de Málaga, ubicado en la malagueña plaza de la Merced. La misma plaza donde descansan bajo el monolito central los restos de Torrijos y sus hombres; la misma donde Picasso, eternamente sentado en bronce delante de su casa natal, no deja de posar con los turistas que estos días de cine e industria se mezclan con miembros de asociaciones de diversidad funcional, con trabajadores del cine, con repartidores de los bares cercanos y con caminantes locales que hacen cada día Málaga al andar. Incluso con un joven ornitólogo ciego, salido de otra película del Festival, que estos días se ha sentado allí, con su jaula y su reclamo, para escuchar el canto de las aves cercanas en un asombroso ejercicio de compensación sensorial. Un feliz follón, en suma, tan inclusivo y diverso como la vida misma, sobre todo si no huimos de ella y la queremos mirar.

Roberto Chinchilla tiene una enfermedad congénita, el síndrome de Bourneville, que hace que le broten tumoraciones benignas en el cerebro. Esto le obliga a asumir síntomas que le condicionan a la hora de encarar el día a día. También su hermana mayor la padece, aunque más acentuada. Eso le llevó a asumir el rol de hermano mayor a él y a no soltar a su hermana de la mano desde niña. ¿Qué te pasa, hombre, es que nunca habías visto a una chica de estas características?, se acostumbró a decirle a otros chavales en situaciones demasiado habituales. Roberto es un 'pro', como dice mi niño de ocho años. Pone el dedo en la llaga y tanto él como su compañero de película Jesús Vidal, el campeón del Goya, hablan de dos pilares claves. Del derecho a una educación inclusiva de verdad, o sea, la que vaya acompañada de los medios adecuados para que los padres de los otros niños no se quejen de retrasos ni situaciones desiguales. Y del empleo. Al respecto, el alcalde malagueño, Francisco de la Torre, concernido por la interpelación de una madre coraje entre el público, terminó por llamar al ayuntamiento en mitad de la charla para intentar elevar el número de las plazas por oposiciones y la correspondiente bolsa de trabajo que, por fin, se destinarán a personas discapacitadas. Algo que la ley ya contempla.

Jesús, como cuando habló en la gala de los Goya, con esos ojillos de casi ciego, como de pájaro, y esa voz dulce tan poderosa que pone en evidencia su fina inteligencia de combatiente, volvió a ponernos el vello de punta insistiendo en que la madre del cordero es que sólo exista, para todos, una única etiqueta: la de Personas. Que así sea de una vez. Todos, personas. Vale, Jesús. Pero campeones, vosotros.