Parecía un ciudadano tranquilo, pero en su corazón guardaba pasiones secretas. De la competición, y de la tabla, le importaba sólo el equipo local, y en concreto si estaba por encima o por debajo de su eterno rival, un vecino de al lado. Que ganara el Madrid o el Barcelona le importaba tanto como que lo hicieran los Giants o los Yankees: hay que hacer vida en la escala de uno, sin ínfulas, decía, pues lo otro no es vida, es turismo de alto standing. Defendía el fuero de las pequeñas pasiones inmediatas y cercanas, y en mantenerlas encendidas pero bajo cierto control veía un signo verdadero de civilidad. Como es natural la lectura de las páginas deportivas no le llevaba mucho: bastaban dos resultados y una ojeada a la tabla. Que fuera la de Primera, Segunda o incluso Segunda B no le importaba gran cosa, siempre que los dos objetos de su pasión estuvieran cerca, y en su debido orden.