Las cofradías viven en el mundo que viven, por más que quieran situarse en un ambiente dieciochesco se sitúan en un entorno social obvio, el del siglo veintiuno. Adaptarse es la única solución para poder formar parte de esta sociedad. En los tiempos en los que Whatsapp o Facebook han desbancado a las conversaciones íntimas, Fortnite ha tirado por los suelos cualquier entretenimiento o Youtube e Instagram han hecho desaparecer el consumo de televisión de los más jóvenes, las cofradías deben jugar en esa fina línea que recorre la pérdida de identidad y la adaptación al medio.

A la vista de cualquiera está como el ejercicio de la adaptación comunicativa la han realizado un puñado de hermandades que han sabido explotar los canales de contacto con sus públicos. Pero se echa en falta un auténtico despliegue, un verdadero ejercicio comunicativo desde las altas instancias, desde el ente director de todo esto.

Es difícil entender cómo hermandades 'de mitad de tabla' tienen recursos humanos suficientes para contar con planes de comunicación elaborados y estrategias a medio y largo plazo, pero por otro lado, instituciones con presupuestos millonarios y dotación económica no utilizan de forma óptima los medios sociales digitales.

Decidir no comunicar en las redes sociales es decidir no comunicar en el siglo veintiuno. Sobre todo porque hoy en día se controla mejor el discurso con pequeños gestos cercanos que con portadas de periódicos. Bien por las hermandades que deciden ser punta de lanza ante la roma percepción de la comunicación de anquilosadas instituciones.