Desánimo. Todos los votos valen lo mismo. El de los desanimados también. Abril no terminará bien para quienes leen en vez de ver la tele. La política led ya está aquí. Ya no hay pegada de carteles ni el papel tiene ya nada que ver en quienes asumirán los papeles el 28 de abril. Quienes ven la vida a través del cristal líquido conocían mejor que a sus vecinos a Pablo Iglesias y luego a Casado o ahora al último número uno del PP por Málaga, Pablo Montesinos. Porque son carne virtual de su carne, famosos de pseudo debate espectáculo en carrusel constante en antibiótica dosis de mañana, tarde y noche.

Los que leen más que ven no conocerán a casi nadie cuando vayan a votar. El voto está poco católico y sólo catódico es ya. La vida es un desencanto progresivo, dicen quienes aseguran que cualquier tiempo ya pasado fue mejor que el que actual o el que vendrá. Suárez no era su hijo Suárez Illana, Felipe González no era Zapatero, Fraga no era Aznar ni Carrillo era Anguita ni Anguita era Garzón; ni Pablo Iglesias, el fundador, era Pablo Iglesias, el del chalé y los pañales por televisión.

Votar es hoy un ejercicio de riesgo. Y de ruego, piensan los desencantados. Ruego que de lo malo éste no sea lo peor, rezan cuando meten la papeleta en el sobre y el sobre, ¡Ay!, en la urna. El concienciado sabe que no votar es regalar el voto al que vaya a ganar, en ese batiburrillo quebrado en que se ha convertido perder o ganar en el italianizado abanico político español. Si no hubiera Ley D'Hont a la hora de contar las papeletas y repartir escaños premiando al que más votos obtenga «para dar estabilidad al sistema» gobernarían casi todos o ninguno.

¿Cómo hay que votar? Algunos votarán a los de siempre, aunque no les gusten los suyos de ahora. Esos cautivos de sí mismos no variarán la balanza y quizá anden compensados de un lado u otro. Terminarán desapareciendo con la edad como terminó la edad de piedra. No me gusta Sánchez, dicen, así que votaré al PSOE, ríen. O no puedo con Casado, así que esta vez votaré al PP, ríen también.

Y luego están los que sí se arrancaron la chaqueta de pana o la camisa de Isabel la Católica y empezaron a botar a la hora de votar, rebotando y votando lo que les fue dando la gana, para desasosiego de la demoscopia habitual. De entre ellos están quienes votaron con ilusión a Podemos como herramienta regeneradora y transversal, impulsados por lo mejor de aquel espíritu cívico del 15 M; esos irán -o no irán- desilusionados a votar. Algunos, la mayoría quizá, lo harán al PSOE otra vez; otros a Ciudadanos, a pesar de la pesada sombra de Vox que, sorpresa, algunos votarán también, cabreados. Castigadores castigados.

Los otros desencantados votarán a Ciudadanos, algunos pensando que UPyD habría sido mejor opción; otros que Rivera ya no es lo que era, otros que antes que a Casado a cualquiera. Y todos devoradores de televisión devorados por ella. Lo menos malo, hay que votar lo menos malo, me decía siempre una amiga argentina?