Si a cualquiera de nosotros nos preguntan, en confianza, qué es lo que realmente nos importa en esta vida, los que respondiéramos con absoluta sinceridad diríamos lo obvio, la verdad: «Tener salud, que la tengan mi familia y mis amigos, tener un dinerito para vivir sin apuros, nada excesivo, y si a mi equipo de fútbol le puede ir bien, pues mejor». Tan simple como sincero. El resto son etiquetas, y nunca mejor dicho en este siglo XXI en el que el grado de implicación de la ciudadanía se cuenta en los caracteres que tiene el hashtag que se emplea para tuitear o compartir desde el sofá, desde el váter o incluso desde el puesto de trabajo lo indignado que está uno por según qué cosa. Málaga no se libra de esta forma de indignación virtual, y recientemente hemos vivido un par de campañas a cuenta del patrimonio de la ciudad que han revelado en mi timeline a auténticos doctores en arquitectura e historia donde menos lo esperaba. Indiana Jones por un tubo. «¡Debería estar en un museo, Marcus!». Cambien el verbo estar por el verbo ser y piensen en Villa Maya, el histórico refugio que hace unos días era derribado, o piensen en La Mundial, a la que probablemente mientras leen estas líneas le queden ya pocas vigas en pie. Y ahora trasládense a inicios del mes de marzo... ¿quién demonios sabía en Málaga qué era Villa Maya? ¿De dónde sale tanto tuitero hipócrita bienqueda? ¿No tiene tanta crítica por que sí un tufillo electoralista que tira de espaldas? Y sobre La Mundial también cabe preguntarse dónde estaban todos esos a los que les resbala una lágrima por la mejilla cada vez que le quitan una reja al edificio la mañana (o las mañanas) en las que cuatro gatos, siendo generosos, se han concentrado para intentar evitar el derribo y el posterior proyecto que parece que por fin sustituirá en Hoyo de Esparteros al histórico palacio.

Y el Bosque Urbano, y el hotel del Puerto (seguro que hoy hay que desviar el tráfico por la cantidad de gente que va a concentrarse) y la marcha contra Al-Thani la pasada temporada con apenas mil malaguistas... y tantos y tantos ejemplos que dejan en pañales la capacidad de movilización de la sociedad malagueña. Más de medio millón de personas que parece que no quieren acabar la semana sin tomarse un sombra en el Doña Mariquita, donde nunca ha habido problema para sentarse y no se cabe estos días. Café y pitufo, o un mollete, qué cojones, móvil y a rastrear la próxima etiqueta a la que sumarse. Compromiso desde el mismísimo centro de Málaga, anda que no.