Hay barro y tedio en el aparcamiento de la Ciudad de la Justicia un lunes a las ocho y media de la mañana. Menos tedio tendrá el que vaya allí por problemas judiciales, me digo a mí mismo. La lluvia es fea. Esta lluvia. La de un lunes temprano a las puertas de la Ciudad de la Justicia. Es sucia y mancha y afea y quita buen humor. Despeina, solivianta coches, hace resbalar. Es cansina. Peor es que fuera torrencial. Es casi todo desapacible en esta mañana de primavera que no lo parece y que tal vez sea ya la última en la que a esta hora haga frío. Pronto vendrá el largo verano, la sequía, el sol casi insoportable. Hay un quiosco a las puertas del edificio, vende una botella de agua a un hombre que si no es abogado lo parece. Casi todo el mundo parece abogado aquí. O delincuente. Bueno, no. Los hay como yo, hombres y mujeres atribulados por la maquinaria burocrática. Delante de ella, expuestos a sus fauces a punto de ser tragados. Vuelva usted mañana.

Pero no. La cosa irá bien, el funcionario será amable, la atención diligente, la cola casi inexistente. Derribo un prejuicio y pienso que me merezco un desayuno pero no me atrevo a salir del edificio por miedo a la lluvia. Soy poco valiente. Y permeable. Nadie vende paraguas. El lunes no parece que vaya a enderezarse. Podría ser peor, podría estar aún en la cola. Podría haberme tocado un funcionario malvado. Podría estar allí para ser conducido a una celda. Yo no he hecho nada. De hecho, he hecho tan poco que por eso me veo aquí, necesitado de un papel que no necesitaría si hubiera hecho las cosas a tiempo. El del quiosco vende poco, no sé si lo he dicho ya. Hay gusanitos. Si yo saliera libre después de un largo juicio me comería unos gusanitos para celebrarlo, pero si hubiera un buen bar justo en la puerta haría también un buen negocio. Ahí es nada poder saborear la libertad y un gin cola. Si es por la tarde, si es por la mañana, y me da a mí que los juicios son más bien por la mañana, lo puedes celebrar con un bocata lomo. No han cantado los poetas suficientemente las bondades de un bocata lomo. Es de justicia. Sigo dentro, esperando a que escampe, como un lobo que espera la noche. Este paraje de noche debe ser algo lúgubre. Y si encima llueve puede que sea de terror. O no. Muchas viviendas se emplazan cerca y habrá vigilantes. Estoy en la Ciudad de la Justicia haciendo juicios. De valor.

La columna está vista para sentencia. Me ha salido algo mojada y judicial. Matinal. Como de lunes pero para publicar en martes. Cuando al fin me decido a salir se me moja el papel que llevo en la mano. No he tenido la precaución de doblarlo y metérmelo en el bolsillo. También podría haber traído un cartapacio para guardarlo. Tres impactos de otras tantas gotas tiene el papel. Son manchas casi de una redondez perfecta. Lo agito para secarlo pero es peor. El agua se corre. Con perdón. Al menos la tinta no se corre. Doblo el papel. Y ahí sigue, un día después, húmedo en el bolsillo. Y doblado. Temo sacarlo y comprobar que se ha deteriorado y ya no vale. Temo tener que ir de nuevo a la Ciudad de la Justicia. Había barro y tedio.