Ha vuelto a ocurrir. Esto de exigir disculpas por hechos del pasado, del pasado pasadísimo, se está volviendo una moda cansina que resultaría divertida si no fuera porque su última vuelta de tuerca viene pagada por todos. Después del éxito de Resacón en Tenochtitlán, y la aclamada Tras la pista de la reconquista, nos llega Las brujas se salen.

El partido socialista, Podemos y Bildu han aprobado una iniciativa debatida en el Parlamento de Navarra para pedir perdón por la caza de brujas ocurrida en el S.XVI. Siglo 16 para los de la LOGSE. Literalmente se pide "reparar la memoria y la dignidad de las víctimas del mayor feminicidio institucional de toda la historia de la humanidad, en este caso a cargo de la Santa Inquisición. Contemplar el estudio y la investigación sobre las víctimas de la caza de brujas como un antecedente de la represión sufrida por las mujeres también en períodos históricos más recientes, y elaborar un mapa de lugares de memoria relacionados con la caza de brujas, otorgándoles a dichos lugares un régimen de protección similar al de otros lugares de memoria." Que si quieres arroz, Catalina. Disculpe el lector lo abigarrado del texto entrecomillado, pero de alguna forma tendrán que maquillar la estupidez para financiarse y justificar su incompetencia política.

Disfrazado de un falso feminismo, exigen la restitución de una historia acaecida hace cinco siglos. Y se quedan tan anchos, oiga. Ya me imagino a los descendientes de Torquemada haciendo acopio de pruebas para afrontar la eventual comisión parlamentaria. En Zugarramurdi se frotan las manos. Se esperan, por qué no, hordas de curiosos que peregrinen a poyar la causa y, de paso, compren recuerdos de la innoble lucha. Mecheros de fuego valirio, posters con la leyenda Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar, broches con la efigie de alguna hechicera famosa, o vajillas con la receta de una pócima escrita en el fondo de cada plato. La visión comercial de los tarados no conoce límites.

Querer revisar y reescribir la Historia tiene un límite, y es la verdad. No puede manipularse el pasado a cambio de una subvención. Tampoco puede analizarse lo pretérito a través de las circunstancias actuales, y menos aún debe prostituirse una causa justa como el feminismo racional para concitar apoyos en torno a objetivos turbios y maniqueos. Despilfarrar presupuesto y hacer política de la brujería y su persecución en el S.XVI no es útil, ni urgente, ni necesario. Ya dijo Winston Churchill que si el presente trata de juzgar el pasado, perderá el futuro.

Mucho más fértil y barato resulta ver la película Nación Salvaje (2018, Universal Pictures), moderno y acertado remake de Las Brujas de Salem en el que un pueblo enloquece tras el hackeo de cuentas personales y publicación en redes sociales de las apetencias más íntimas de sus habitantes. Videos sexuales, consultas de páginas porno, fotos eróticas, parafílias secretas, pasiones incestuosas. Todo compartido en los teléfonos móviles de todos. El mundo virtual destroza la apacible comodidad de la hipócrita vida real, y la masa vengativa culpa a cuatro chicas por ello. El miedo engendra violencia, y las cuatro protagonistas pagan el pato, o no. Les dejo el final a ustedes.

Si socialistas y podemitas quieren malgastar el erario público en rescatar historias de brujas les aconsejo que agudicen los sentidos, porque las tienen muy cerca. Les basta con fijarse en una tal María Sevilla, presidenta de Infancia Libre y relacionada con Podemos. Ha sido detenida por, presuntamente (cómo me gusta lo de presuntamente, escribes presuntamente delante de algo y ya puedes decir lo que te venga en gana), secuestrar a su hijo de once años y esconderlo en una finca bajo condiciones infrahumanas. Según fuentes policiales (otra maravilla de término que todo lo aguanta), los investigadores encontraron al menor como un pobre animal desatendido, encerrado, sin escolarizar, desnutrido, aislado, privado de atención médica, con graves deficiencias de comportamiento, con un muro por horizonte y educado en un asfixiante universo de enloquecida distorsión religiosa. Un niño que creció alienado en el convencimiento de que su padre era el diablo.

Quien hace eso con su propio hijo no es una madre. Es una bruja, y en pleno S.XXI.