La inteligencia de los grandes es reconocer a sus homólogos, así como la estupidez de los mediocres es negar la grandeza de los mejores. Y la ignorancia es el extravío de los superficiales para abordar la realidad desde su escaso conocimiento, o incluso retorcerla desde la osadía.

Entre los grandes indiscutibles, Messi ha colocado a Cristiano a su nivel para distinguir a los mejores, igual que Pelé en su momento de más lucidez otorgó a Di Stéfano el calificativo del mejor de siempre y Guardiola dijo que Raúl era el mejor futbolista español. Y lo que los engrandece más es reconocer la valía de rivales y no de amigos exclusivamente, aunque lo puedan ser.

Entre los estúpidos ocasionales, sin ser exhaustivos, quizás Mourinho sea el prototipo cuando niega el pan y la sal a quienes lo superan en la competición echando mano de tópicos como culpar a los árbitros, al calendario o a los elementos, cuando no señalando a cualquiera de los suyos. Y entre los ignorantes de postín, que tienen como los anteriores la rara habilidad de hacer escuela porque hay mucho donde sembrar, destacan desde periodistas y comunicadores de escasa memoria, normalmente con programas o espacios amarillos alejados de cualquier atisbo de objetividad, intereses inconfesables o bufanderos sin recato, a aficionados de supuesta sabiduría futbolera. El último ejemplo lo tenemos en un twitero inglés que ha hecho fortuna publicando que Guardiola no tiene ningún mérito porque siempre tuvo plantillas supermillonarias, adornando su gilipollez con que en el Barça se encontró entre otros a Ronaldinho, Deco y Busquets. A los dos primeros no llegó a alinearles porque los echó antes, y al canterano lo subió del tercera división que entrenó antes de llegar al primer equipo.

La grandeza adquiere mayor categoría si se ejerce desde la sencillez. Entonces se torna ejemplar e incluso emociona, como el auténtico arte, y es el mejor legado que los verdaderamente grandes pueden dejar a sus incontables seguidores. Por eso debe alegrarnos que personas tan dispares como el propio Messi, Simeone, que reconoce como pocos sus errores en las derrotas sin escatimar elogios al contrario, o Zidane sean los faros de nuestros tres grandes. Es un buen camino para el fútbol.

El Madrid ha acertado con la vuelta del francés porque entronca con su antigua grandeza. Y ahora está ante su Rubicón porque no hay mayor exigencia que aceptar tamaño desafío desde el prestigio que no tenía la primera vez. La temporada que viene no tendrá tregua.

Suenan posibles como Pogba, Hazard, Pjanic y Jovic, con la guinda del tan deseado como casi inalcanzable Mbappé. Un señuelo para ocultar a otro delantero que sí es centro y más asequible. Apunten a Kane. Y en cuanto a bajas, Bale, Marcelo, Isco, Mariano, Vallejo y Llorente tienen todas la papeletas para aligerar y hacer caja, con Marcos Alonso en la recámara por si sale también Varane, circunstancia filtrada desde su entorno, pero dudosa; el canterano podría suplir tanto a él como al brasileño una vez que Militao ya es blanco.

En el Barça se cuentan días de grandeza y gloria con el mejor Messi a sus treinta y dos años, como le ocurre a Ramos con treinta y tres. Y es que los grandes ganan en liderazgo y personalidad lo que van perdiendo en las piernas sin resentir su eficacia, aunque deban dosificarse. Los blaugranas tienen a mano hacer otro triplete histórico con Liga, Copa y Champions. Solo la temida pájara del argentino en Europa en los partidos clave y la sombra de la Juventus pueden oscurecerlo, y porque tienen a Cristiano, por mucho que en el City florezca el gol como nunca.

Y el Atlético sí tiene una papeleta complicada. La salida de Lucas rumbo al Bayern es solo la punta del iceberg que esconde una bomba de relojería. Godín se larga también, el mismo Simeone ha tocado techo y él lo sabe -solo el importante contrato que disfruta lo frena-, y otras tentaciones a Griezmann y Oblak pueden desarbolarlo. Cerezo y Gil están ante su hora de la verdad.