En España sigue la campaña más o menos según lo previsto. Pedro Sánchez ha logrado que la Diputación Permanente del Congreso apruebe sus decretos sociales. Cs ha votado sí a unos y no a otros. El PP ha seguido con su "no a todo", incluso el de las medidas en el caso de un Brexit sin acuerdo. Y está cada día más preocupado por el voto útil. Pare que dirán: "cuanto más Vox, más Sánchez".

Quizás lo más inesperado ha sido que el PSC haya logrado que el Parlamento catalán aprobara el jueves (62 diputados a favor y 61 en contra) una moción de reprobación a Quim Torra instándole a -vista la inoperancia del gobierno, que ni envía a la Cámara los presupuestos- presentar una moción de confianza o convocar elecciones. Torra ya ha dicho que no piensa hacer ningún caso, pero el independentismo ha sufrido un duro golpe. Se ha demostrado que no tiene mayoría parlamentaria en la Cámara y el desprestigio presidencial es tan grande que las CUP -sin votar afirmativamente, sino ausentándose de la votación- prefieren respaldar la moción del PSC (votada también por el PP, Cs y Podemos) que al presidente independentista.

Pero un artículo semanal bajo el epígrafe "Nuestro mundo es el mundo" no puede dejar de reflexionar sobre la celebración del 70 aniversario de la OTAN, creada en Washington en 1949 bajo la presidencia Truman para garantizar que la Rusia de Stalin no atacara ningún país de la Europa Occidental. Cualquier agresión a un país miembro de la Alianza será visto como una agresión a todos los países miembros, decía el tratado que aseguró la solidaridad militar entre los Estados Unidos y las democracias europeas.

Hace tiempo que la caída del comunismo en 1989 libró a la OTAN de su gran amenaza porque la Rusia de Putin no es ni de lejos la Rusia de Stalin y el comunismo es ya sólo una ideología del pasado. Pero Putin existe, invade Crimea, amenaza a Ucrania y hay otros y diversos peligros. Ahora Trump con su slogan de "América primero" tiende a despreciar a Europa y ha calificado a la OTAN de ser una organización periclitada, pero republicanos y demócratas del Congreso y del Senado -que discrepan de la política exterior de Trump- han decidido invitar a hablar ante ellos a Jens Stoltenberg, el noruego que es secretario general de la Alianza Atlántica, un gesto que se reserva para muy escasos dirigentes políticos. Y Stoltenberg ha dicho que la Alianza sigue siendo necesaria y que los países europeos deberán aumentar su contribución incrementando su gasto militar al 2% del PIB, algo a lo que se comprometieron en el 2014 y que se pone en práctica con extrema lentitud, lo que molestaba a los anteriores presidentes americanos e irrita a Trump.

Las democracias europeas son -pese a las consecuencias de la reciente crisis y al peligro del resurgir del nacionalismo- los países con más libertad y mayor bienestar del mundo. Pero sin la protección militar americana es muy posible que hubieran sucumbido ante Stalin como les pasó antes a los países de la Europa del Este. El modelo europeo de bienestar social es mejor que el americano -al menos para muchos europeos- pero sin los Estados Unidos no habría podido existir ni sobrevivir. Es algo que a veces se olvida creyendo que la protección militar americana es un derecho europeo y que está garantizada para siempre.

Esta garantía permanente es lo que ahora el presidente Trump niega en el setenta aniversario de la Alianza Atlántica lanzando así un nuevo desafío a los países europeos que les deja obligados a una reflexión dolorosa sobre el gasto público. El gasto en defensa ya no se podrá seguir externalizado a los Estados Unidos. Europa deberá pagar más -aumentando impuestos o recortando otros gastos- o asumir los riesgos de una menor protección militar en un mundo cada vez más incierto.

Estados Unidos no defendió a Europa sólo frente a la Rusia soviética y el comunismo. Se ha dicho -y puede ser verdad- que los tanques de Stalin no llegaron a París gracias al ejército americano, pero lo que es absolutamente cierto es que antes los tanques de Hitler sólo marcharon de París tras el desembarco americano en Normandía.

Europa se enfrenta ahora a la necesidad de no olvidar que su seguridad tiene un precio y que va a tener que asumirlo. Los Estados Unidos -no sólo por Trump- son cada vez más reacios a asumir más costes militares y sus últimas intervenciones -desde Vietnam a Afganistán e Irak- han tenido muchas críticas internas y tampoco han sido bien acogidas por la opinión pública europea. América ni puede, ni quiere, ni es conveniente que siga siendo el único gendarme del mundo. Y eso exige que la UE tenga un papel más decisivo en la defensa del continente.

España no es ajena a esta asignatura pendiente europea. Pero aquí exigirá una revisión de nuestro pasado. Otra memoria histórica ya que la dictadura de Franco nos separó de Europa. Aquí los Estados Unidos no fueron los liberadores del dominio nazi ni la OTAN la defensora de la democracia frente a la amenaza soviética. Hitler no invadió España porque Franco no era su enemigo y la OTAN y los Estados Unidos luego pactaron con el dictador porque había logrado sobrevivir y porque su enemigo era la Unión Soviética. Franco no era un amigo deseado, pero sí un aliado conveniente.

Por eso la entrada de España en la OTAN, decidida por Leopoldo Calvo Sotelo a finales del gobierno de UCD, fue muy criticada y el PSOE hizo una campaña en contra con aquello de "OTAN, de entrada, no". Luego Felipe González tuvo que rectificar -y lo hizo no sin dejarse pelos en la gatera- porque estar en la OTAN era condición necesaria para formar parte de la Unión Europea en un mundo en que la Unión Soviética era todavía una amenaza para las democracias.

Hoy las cosas son diferentes. La URSS ha dejado de existir, España es una democracia como la francesa, los Estados Unidos de Trump son diferentes a los de Truman y en el setenta aniversario de la OTAN España debe repensar -como toda Europa- las exigencias de su defensa. Y la Alianza Atlántica -lo quieren todos los países europeos asustados por los desafíos de todo tipo del futuro- debe seguir cumpliendo años. Le guste más o menos a Donald Trump.