Esta semana logré hacerme con The collected poems, la selección de los poemas de Sylvia Plath que Ted Hughes, su viudo y albacea, publicó en los ochenta. Gracias a este trabajo Plath recibió el premio Pulitzer póstumo.

Me ha impactado el titulado Daddy, Papá. Un poema durísimo. Una metáfora de lo que para Plath fue la relación con su padre.

El primer poema que logró publicar Sylvia Plath fue a los trece años. Asumió con responsabilidad que el fallecimiento de su padre colocaba a su familia en una situación económica precaria y siempre trató de vender sus poemas, relatos y cuentos para obtener algo de dinero que llevar a casa. Para ella el deber era lo primero y por qué no, quería tener éxito. Sylvia lo quería todo, triunfar como escritora y tener una familia. Y tenía todo el derecho aunque no lo tuvo nada fácil.

Logra una beca Fullbright para estudiar en una de las más prestigiosas universidades femeninas, el Smith College, y se gradúa con honores en 1955, tras superar un intento de suicidio por el que recibiría seis meses de sicoterapia y electroshocks.

Su estilo confesional va tomando forma a lo largo de los años a través de sus diarios, 23 cuadernos que va escribiendo y que son el reflejo de su voz más íntima.

Los diarios completos editados por Alba Editorial en el 2016 son un auténtico regalo porque no existe en la actualidad documento más completo sobre su vida y por su crudeza y sinceridad. Gracias a su prematura muerte Sylvia no llega nunca a censurar párrafos como el siguiente:

«Mi madre mató al único hombre que me habría querido toda la vida: (…) Por eso la odio. (…) Mi Madre había sacrificado su vida por mí, un sacrificio que yo no quería. (…) La hicimos prometer que jamás volvería a casarse. Lástima que no rompiera su promesa: me habría librado de ella. (…)», escribe Plath en uno de sus diarios.

Probablemente esta hostilidad estuviera alimentada por la sicoterapia que seguía con la doctora Ruth Beuscher (su gran aliada), según escribe, la persona en la que más confía.

Hace poco que se conoce de la existencia de catorce cartas escritas entre doctora y paciente en las que Plath explica que Ted Hughes le pegó antes de tener el aborto de su segundo hijo. Cuando este material se haga público se demonizará aún más, si cabe, al poeta inglés. Pero, seamos serios, tenemos que ser capaces de separar los hechos; que Hughes no se portara bien con ella no merma su calidad como poeta. Y la realidad es que su trabajo como poeta es excelente.

Hay amores que nos destrozan

Conoce a Ted Hughes, poeta al que ya conoce y admira, en una fiesta. Se enamoran y viven una apasionada relación que durará seis años. Sylvia cree que Ted no es como los demás hombres y que estarán juntos para siempre. Pero se equivoca.

Idealista y entregada, se implica también en el trabajo de Hughes, mecanografiando sus textos, a la vez que lucha por no perder su individualidad como creadora. Reconoce que debe tratar de mantener su espacio como escritora.

En su diario del 7 de julio de 1957 escribe: «(...) Disfruto cuando Ted se marcha un rato. Entonces puedo construir mi propia vida íntima. (...) Somos increíblemente compatibles, pero tengo que ser yo misma, hacerme a mí misma y no dejar que él me haga a su imagen (...)».

Sylvia Plath es muy exigente consigo misma. Se recrimina a menudo que no escribe lo suficiente. Y se pregunta: « (…) ¿Por qué tengo tanto miedo a escribir? (…)».

Consolida su estilo de poesía confesional al asistir al seminario de Robert Lowell donde también coincide con Anne Sexton, poetisa que recibe el Pulitzer y también acabará con su vida como ella.

Una gran sensibilidad

Sylvia Plath era una mujer sensible y maternal que sólo buscaba ser querida. Cuando descubre la infidelidad de su marido se le cae el mundo al suelo. Escribiría: «Tengo una violencia en mí caliente como la sangre. Me puedo matar a mí misma o matar a otro».

Tras confirmar la relación de su esposo con Asia Wevill decide separarse en octubre de 1962 y dejar su casa de Devon. Se instala en un pequeño piso en Londres donde ella puede ganarse la vida aunque con dos bebés todo se complica.

Un frío día de febrero, tras dejar preparado el desayuno de sus hijos, sella las puertas de la cocina, mete la cabeza en el horno y abre la espita del gas. Plath muere un viernes y Hughes recibe la noticia el lunes siguiente. Seis años después también Asia Wevill, víctima de Hughes, imitará a Plath salvo por el detalle de que ella incluye en el plan a su hija.

Ted Hughes tuvo que vivir toda su vida con el peso de la culpa. He de añadir que me parece imperdonable que quemara el último de sus diarios. Los actuales diarios llegan hasta julio de 1962 (se separan en octubre de 1962 y se suicida el 11 de febrero de 1963, un mes después de que le publicaran su primera novela, La campana de cristal).

Bien, pues en esos meses escribe dos cuadernos más; uno desaparece (ojalá apareciera) y el otro fue destruido por Hughes, según explicó, prefirió destruirlo para que sus hijos no lo llegaran a leer jamás. Esa decisión no logró evitar que cuarenta años después Nicholas, el hijo pequeño, se ahorcara en su despacho en la universidad de Alaska. Frida, su hermana, sobrevive a pesar de sus constantes depresiones.

Nunca sabremos qué tenía Plath en su cabeza, qué le llevó a hacerlo. Podemos imaginar su situación y reconstruir la película: Sola en Londres con dos bebés, llamando a Hughes desesperada desde aquellas precarias cabinas de teléfono de entonces sin obtener respuesta.

Pero nunca podremos escucharlo de su nítida voz.