Puede que, como cantaba Gardel, veinte años no es nada en ese soplo en que transcurre la vida. Pero nadie lo diría contemplando lo acontecido en las últimas dos décadas en la provincia de Málaga. En mayo de 1999, cuando salió a la calle el primer ejemplar de La Opinión, su portada recogía algunos de los grandes retos a los que nos enfrentábamos las administraciones públicas en particular y la sociedad malagueña en general.

En el caso de la Diputación, muchos de esos desafíos parecían imposibles. La rehabilitación y puesta al servicio de los ciudadanos del Caminito del Rey acumulaba proyectos fallidos y se encontraba en vía muerta por su complejidad técnica, financiera y administrativa. Acabar con la estacionalidad del sector, el cierre de hoteles en invierno, fomentar una oferta turística de calidad frente a la calidad, y lograr que muchos de nuestros visitantes se interesaran por el interior, eran los grandes retos de la Costa del Sol. La construcción y el turismo eran los dos grandes motores de la economía malagueña, que buscaba alternativas y en la que la industria agroalimentaria o el cultivo de productos subtropicales de alta rentabilidad apenas mostraban el esplendor y la proyección de que gozan hoy.

Por no mencionar la posibilidad de unir con un sendero peatonal los dos extremos de nuestro litoral, los 185 kilómetros que separan Nerja de Manilva. Si el entonces presidente de la Corporación provincial hubiera lanzado esa idea en una entrevista con este periódico, lo habrían tildado, cuanto menos, de utópico.

Hemos tenido la suerte de estar viviendo en el mayor periodo de transformación tecnológica, social y económica de la historia. Nunca antes se habían concentrado tantos cambios en tan poco tiempo, hasta el punto de que se ha invertido la percepción gardeliana: cinco años parecen una eternidad.

El mercado laboral, el comercio, la educación, los servicios públicos, las comunicaciones... El mismo periódico y la forma en que se relaciona con sus lectores. Todo ha cambiado tanto en apenas 20 años que pareciera que hablamos de dos provincias distintas, de dos mundos diferentes, de dos periódicos que no son el mismo. Y, sin embargo, lo son.

En 1999, empezábamos a hablar de que Málaga aspira a ser la locomotora económica de Andalucía. Era una denominación bonita, y a fuerza de repetirla comenzamos a creérnosla. Hoy nadie duda de esa realidad, del dinamismo de nuestra provincia, de su fortaleza. Pero, veinte años después, además de capital económica y turística de nuestra región, Málaga se ha convertido en el gran foco cultural y tecnológico de nuestra tierra.

La Diputación no ha sido ajena a todo ese desarrollo. Más bien al contrario, ha sido protagonista. Si la provincia está recogida en el artículo 141 de la Constitución Española como entidad local con personalidad jurídica propia, en estos veinte años la Diputación se ha convertido, por lo vía de los hechos, en el verdadero gobierno provincial.

La principal finalidad de la Diputación es servir a los municipios, con especial atención a los más pequeños, garantizando la igualdad de oportunidades, de derechos y de servicios públicos, a todos los habitantes de la provincia, independientemente del tamaño del pueblo en el que residan.

Pero en estas dos décadas hemos ido mucho más allá. La Diputación ha sabido liderar muchos de los grandes proyectos a los que aspiraban los malagueños, representando los intereses provinciales, actuando como mediador entre administraciones para resolver conflictos y lograr acuerdos. Puedo afirmar sin riesgo a equivocarme que se trata de un trabajo realizado con constancia y voluntad por los cuatro presidentes que ha tenido el organismo en este periodo.

Hemos avanzado muchísimo, pero no quiero ni puedo olvidar que algunos de los grandes desafíos de esta provincia siguen siendo, tristemente, los mismos.

El tren de la Costa del Sol, que Marbella y Estepona tengan conexión ferroviaria, así como la mejora de la red de Cercanías, incluida su extensión a la comarca de la Axarquía y al a menudo olvidado litoral oriental, sigue siendo una reivindicación recurrente en las páginas de La Opinión y en su exitosa edición digital. La sociedad malagueña no puede permitirse este fracaso colectivo, responsabilidad de todos los partidos y también de los principales representantes de la sociedad civil. Debemos exigir este proyecto con firmeza.

El saneamiento integral es nuestra otra gran carencia histórica. Se ha avanzado, pero no lo suficiente. En aquellas primeras ediciones de La Opinión se advertía de las posibles sanciones que la Unión Europea podría imponer a España en caso de no culminar su ciclo integral del agua, la depuración de sus aguas residuales, en los plazos establecidos. Esos plazos están más que vencidos y las multas ya están llegando. Lo más importante, en cualquier caso, es el impacto que los vertidos siguen provocando en nuestros ríos y nuestras costas.

El paro era entonces, y lo sigue siendo veinte años después, nuestro principal problema. La creación de empleo, de calidad, es la prioridad de la Diputación que me honro en presidir. Nos enfrentamos a un mercado laboral más cambiante y exigente que nunca, con retos como la robotización o la deslocalización de las empresas. Han cambiado las circunstancias y nosotros debemos hacerlo con ellas. Por ello, la calidad en la formación y la educación de nuestros jóvenes constituye un asunto de Estado en el que se dirimirá el futuro inmediato de nuestro país y de nuestra provincia.

Espero y deseo que cuando La Opinión cumpla el cuarto de siglo, y todos lo celebremos, podamos hablar del paro como de un problema del pasado. Nuestra obligación es intentarlo.

*Salado es presidente de la Diputación de Málaga