Lo que ocurre en Argelia es importante y como españoles debe preocuparnos mucho. Abdelaziz Bouteflika, que llevaba en la presidencia desde 1999, ha tenido esta semana el dudoso honor de reunirse a otros líderes del mundo árabe derribados desde que comenzó eso que hemos dado en llamar Primavera Árabe, que tantas esperanzas suscitó y que tantas frustraciones ha dado luego. Bouteflika se une así de forma ignominiosa al tunecino Ben Ali, el libio Gaddafi, el egipcio Mubarak y el yemení Ben Saleh. El sirio Bachar al Assad merecería figurar en este selecto grupo por derecho propio dadas las atrocidades que ha cometido contra su propio pueblo y si no lo hace es porque los rusos y los iraníes han intervenido en su ayuda mientras los americanos hacían mutis por el foro.

Bouteflika llegó a la presidencia al final de una terrible guerra civil de diez años enfrentó a islamistas contra laicos y que dejó en las cunetas casi 200.000 muertos después de que los militares dieran un golpe de estado que impidió la presidencia de Abassi Madani y de su Frente de Salvación Nacional, que había ganado la primera vuelta electoral. La política de apaciguamiento de Bouteflika, siempre bajo la tutela de los militares que son los que dominan Argelia desde la misma independencia, fue bien recibida inicialmente y en su entorno se agrupó lo que allí se conoce como Le Pouvoir, un grupo oculto de intereses en el que participan sus familiares, militares de alta graduación y empresarios de peso. Y este grupo opaco y ciertamente corrupto ha manejado el país durante los últimos 20 años mientras el resto del mundo miraba hacia otro lado por dos razones fundamentalmente: porque nadie quería que en Argelia, tan cercana a Europa, sucediera otra Libia, y porque este equipo favorecía una estabilidad que beneficiaba los negocios con Argelia. Y Argelia tiene mucho gas y mucho petróleo.

El sistema ha aguantado hasta que la economía ha mostrado signos de agotamiento al bajar el precio del crudo, crecer el paro, aumentar las desigualdades sociales y hacerse aún más odiosa la corrupción, hasta que el malestar se ha disparado y la gente se ha hartado. No tanto de Bouteflika, que está gravemente enfermo desde que sufrió un derrame cerebral en 2013 y ya no pintaba nada, sino de la tomadura de pelo de que Le Pouvoir quisiera mantenerle en el machito a pesar de no estar en condiciones. Ya le hizo ganar las elecciones de 2014 con pucherazo y sin pronunciar un solo discurso y ahora ha pretendido presentarle a un quinto mandato mientras estaba recluido en un hospital suizo... Se han pasado varios pueblos.

Hace años, cuando Felipe González era presidente del Gobierno, le acompañé a un viaje a Túnez donde el presidente Habib Bourguiba, padre de la independencia, nos invitó a almorzar en el palacio presidencial de Cartago. Daba pena verle pues apenas hablaba, le llevaban en volandas dos militares y solo comía unos potitos que otro militar de casaca roja y cargado de entorchados le daba con una mano mientras que con la otra le limpiaba enérgicamente los labios con una servilleta. Yo pensaba que se los debía dejar en carne viva. Y entonces, de forma inesperada, Bourguiba golpeó la mesa indicando con sus gestos que deseaba decir algo. Nos callamos todos y esperamos con expectación lo que nos quería decir. Y entonces él, con voz aflautada, le preguntó a González que cómo se encontraba «Mon ami, le général Franco» (!). Daba lástima ver en ese estado a alguien que tanto había hecho por su país, y muy poco tiempo después Ben Ali dio un golpe de estado y se autoproclamó presidente.

Ahora Bouteflika, que debía estar en una situación similar a la de Bourguiba, ha sido forzado a dimitir por los militares, y los que le rodean y no quieren perder el control del país le han hecho escribir que se va con la cautela de "asegurar el funcionamiento de las instituciones durante el periodo de transición" dentro del marco legal actual. Ya saben atado y bien atado. Pero se han vuelto a equivocar porque es demasiado tarde, ha pasado demasiado tiempo y la gente ya no se conforma con su marcha y no quieren un cambio de personas sino de régimen, incluyendo la defenestración del hombre fuerte del país y hasta hace pocos días principal mantenedor de Bouteflika, el general Gaid Salah, que es viceministro de Defensa pues la cartera ministerial también la "desempeñaba" el presidente incapacitado. Pero resulta que eso es bastante más complicado porque no es previsible que el Ejército argelino renuncie a dejar de mandar entre bambalinas que es lo que ha hecho desde siempre, desde que poco después de la independencia dio un golpe contra el primer presidente democrático que tuvo el país, Ahmed Ben Bella. Y ya se sabe que los viejos hábitos tienen dificultad en desaparecer.

La carta de dimisión ha sido recibida con alborozo por las calles de Argelia, repletas de manifestantes desde hace semanas. Pero la historia no acaba aquí porque casi al mismo tiempo los militares han desvelado una "conjura" en la que estarían implicados prominentes empresarios. Y eso quiere decir que Le Pouvoir se descompone y que ha comenzado la lucha interna entre los que durante años lo han integrado. Más aún, yo lo interpreto como un intento de los militares de encontrar chivos expiatorios que les permitan a ellos mantenerse en el poder. En las sombras, como siempre. Ya saben, que todo cambie para que todo siga igual. Lo que no está claro es si esta vez los argelinos lo aceptarán.