Cómo el barroco Valdano cambia fútbol por halago de fondo a su antaño jefe, Florentino Pérez; mientras desde el trabajo callado y la perseverancia un técnico humilde gana su segunda liga consecutiva en España tras haber ganado tres seguidas con el Olimpiakos en Grecia. El pelotero argentino, en un alarde de cinismo, ha escrito que no está de acuerdo con los madridistas que prefieren grandes fichajes al nuevo estadio. Algunos tampoco lo estamos, pero sin ningunear la decepción de quienes están frustrados por la mala gestión deportiva del mandamás blanco.

Un descaro por su nuevo lugar cerca del rey sol merengue, como nuevo asesor personal todavía sin cargo en el organigrama, porque una cosa no hubiera quitado la otra si Pérez gestionara mejor lo futbolístico. De criticar reiteradamente al Real Madrid romo por desenganchar a Cristiano sin alternativas, a inciensar ahora a quien lo echó dos veces, primero por su desacuerdo con la reiteración de los galácticos y después por el fichaje de Mourinho.

Es el rendibú al poder del pesebre. Y se adorna con una media verdad, la peor mentira, recordando que don Santiago Bernabéu hizo primero el nuevo campo y después vinieron los fichajes. Lo que no añade es que entre la inauguración del estadio de Chamartín en 1947 y el primer gran fichaje, el de Di Stéfano en septiembre de 1953, transcurrieron seis años. Una eternidad para estos tiempos donde el presente y el futuro inmediato se hacen pasado lejano en menos que canta un gallo.

La auténtica realidad es que el Madrid de Pérez anda como puta por rastrojo enseñando un partido sí y otro también sus vergüenzas. Y lo peor no es que la escasa paciencia del fútbol puede menoscabar la esperanza depositada en la vuelta de Zidane, sino que puede castrar la loable apuesta de su presidente por rejuvenecer la plantilla.

Ahora todavía resisten por la venda de probar la capacidad de sus antiguos jugadores y la de los nuevos, e incluso poniendo en el escaparate a quienes desean largar, pero como sigan aburriendo, el desánimo será el preludio de un tiempo de cuchillos largos que se llevaría por delante el deseado francés. Y después, el infierno.

La posibilidad de que Pérez dejara al Madrid a pañuelazos por no ganar nada tampoco el año próximo, que pudiera ser, y endeudado en quinientos millones largos de euros por el nuevo campo y en otros tantos por varios fichajes de relumbrón, es la pesadilla del florentinismo. Jamás se ha hecho un equipo campeón solo con dinero y tal vez fuera el momento de explicarle al madridismo que ahora toca hibernar hasta que cuajen los jóvenes y las tres o cuatro estrellas que deben sustituir a las decadentes actuales se adapten y tomen el mando.

Seguramente, el requiebro presidencial a Valdano para que vuelva al redil es un síntoma de los temores que acechan. Hay que sumar apoyos mediáticos, más todavía, por si vienen mal dadas. Hay que proteger al capo de tutti. Florentino quiere unir su nombre al del mítico Bernabéu con un monumento futurista en el Madrid de los pelotazos reales. Los económicos. Su ambición, como su pesebre para holgazanes y jetas y el nuevo estadio, también es monumental.

Mientras, el Barça continúa su rutilante racha triunfal liguera. El sábado «ganó» su octava Liga en once años, ¡tela marinera!, y no tiene visos de aflojar mientras mantenga al mejor del mundo y sus cuates. Messi, aparte de acariciar el balón jugando y deslumbrar con sus imposibles maravillas, hace mucho mejores a sus compañeros. Reparen en Suárez y Alba, como ejemplos.

Y, además, institucionalmente, los blaugranas viven una de sus épocas más estables desde el silencio dirigente y la prudencia generalizada de sus profesionales, empezando por Valverde, su ilustre obrero del banquillo. Un ejemplo para tanto y para tantos, que este año puede rubricar su idílica trayectoria volviendo a reinar en Europa. Si hace un triplete, tras el doblete pasado, inscribirá su nombre en oro en su equipo y en el fútbol mundial.