Agazapados tras unas resmas en un almacén perdido, somos pocos los que quedamos a la espera de nuestro final. El bando contrario se sabe vencedor. Ha ganado la modernidad. No hay lugar para los que decidimos seguir adelante en nuestra romántica empresa. Se acabaron los años en los que éramos mayoría. Es momento de rendirse, dicen, de agitar las tiras blancas y gritar que hasta aquí hemos llegado. Pero no. ¡Ni un paso atrás! No podemos dejar de lado a los nuestros, aunque no tengamos quien nos facilite el material. Han cortado el suministro y quieren que desaparezcamos. Quieren que nos rindamos. Eso o remendar con cinta de carrocero un año más el contorno de nuestro capirote.

Somos la resistencia. Somos pocos los que seguimos tirando de capirote de cartón. El mainstream nos obliga a usar capirote de rejilla, encontrar un artesano que nos prepare el cucurucho al estilo tradicional es hoy los más indie. No hay manera, echamos de menos al tío de los capirotes. Estamos huérfanos. Yo no quiero rejilla, no quiero plástico. Ahora que vamos a eliminar por ley las pajitas de plástico de la faz de la Tierra, yo quiero estar en el bando de los que quieren que los capirotes de rejilla plástica no ganen la partida. Pocos reductos quedan ya en los que hacerse o comprar hecho un capirote de cartón. Además los últimos productores están arrinconados, desaparecidos, casi silenciados. No hay futuro para la resistencia, pero nos costará rendirnos. Si en todo este tiempo no hemos sucumbido al capirote de rejilla, será difícil cambiar de bando.