Mi madre lleva el mes de abril grabado en el rostro. Una primavera imborrable desde que nació. Farolillos rojos son sus labios de feria y sus ojos, acordes mayores de una copla. Le gusta tocar las palmas, cantar y bailar. Sus manos se agitan en el aire dibujando palomas que remontan el vuelo hacia un cielo andaluz, nuevo y despejado como un domingo de ramos. Mi madre lleva de luz impregnada la piel. Una luz fresca, morena, con la que ha alumbrado días de infancia, con la que ha guiado los temblores de la adolescencia, con la que ha aliviado noches de insomnio. El rostro de mi madre tiene grabados todos los días de abril.

Pero un otoño prematuro se ha cebado con los volantes de su vestido, desprendiendo cada uno de sus gestos, de sus movimientos, su alegría. Ya no reina sobre los fogones ni hace papiroflexia con el sueldo del mes. No le canta nanas a su nieta ni desborda con su ingenio las noticias del telediario. Ya no se peina el pelo ni coquetea con los espejos del agua. Ya no calza zapatos de tacón, no es capaz de mantener el equilibrio, ya no puede ponerse de pie ni tampoco caminar sola. Ya no baila, no ríe, apenas habla. Ha perdido la expresión: la sonrisa y el llanto. A mi madre le han robado el mes de abril. Todos los días de su calendario son ahora azul oscuro como el invierno.

Mi madre tiene Parkinson, o quizás sea al revés. Es algo a lo que ya no tiene demasiado sentido responder. No hay respuestas para la impotencia. Cuando se ha perdido la batalla antes de comenzar a luchar, lo mejor es tratar de aguantar un asedio despiadado que va consumiendo desde las funciones motoras hasta la memoria, desde los impulsos incontrolados y la pérdida de los gestos hasta la depresión. Mi madre lucha desde hace mas de diez años contra un enemigo constante que no retrocede ni un paso del territorio conquistado, que no desiste en avanzar ni uno solo de los días, que se ensaña con ella provocando un deterioro lento e implacable como el óxido en una ciudad abandonada.

El día 11 de abril se celebra el Día mundial del Parkinson. Según la Federación Española de Parkinson afecta a más de 160.000 personas en España y más de 7 millones de personas en todo el mundo. Dicha entidad nos alerta además de que en 2040 el Parkinson será la enfermedad más grave más común, superando en todo el mundo los 12 millones de afectados.

El Parkinson es un ocaso a plazos. Un horizonte tembloroso que pierde definición. Un hundimiento de la flota, un pozo a cámara lenta, un derribo por habitaciones. Una enfermedad que acaba antes con la dignidad y los recuerdos que con la vida. Las enfermedades neurológicas como el Parkinson y el Alzheimer tienen ese rasgo canalla: nos hacen testigos de nuestra propia desaparición.

Aún no hay remedio para curar esta enfermedad. De momento solo nos queda financiar a la ciencia y apoyar a quienes lo sufren. Cada tarde abrazo a mi madre y la beso. ¿Quién soy mamá? Mi niño chico, responde. Y espero que así sea, que vuelva a verme en sus brazos como cuando era un bebé. Espero que el Parkinson tenga al menos esa concesión. Transformar sus débiles recuerdos en una realidad que disfrace el oprobio y le devuelva la ensoñación de vivir los 365 días de abril.