La actualidad nacional me tiene perplejo, aunque confieso que no es la única vez que me ocurre. Empieza una campaña electoral donde no es que el debate intelectual sobre ideas y programas sea débil, es que no existe. Aquí nadie discute en serio, con datos y argumentos sobre la educación, la sanidad, la economía, el mercado de trabajo, las pensiones, la inmigración o el problema catalán (salvo los que lo resolverían a palos). De eso nada, un eslogan aquí y otro allá mientras los medios de comunicación se recrean en la anécdota o en el insulto del día.

El Gobierno lleva ya en campaña muchos viernes con el dinero de todos, lo cual es estéticamente feo por convenientes que sean algunas de sus medidas... que añadirán mil millones al déficit. Y cuando el presidente decide dar a conocer a bombo y platillo el programa electoral de su partido, no hace la más mínima mención a cómo piensa tratar al problema más grave que tenemos: el surrealista desafío independentista por parte de unos políticos catalanes que hace tiempo que no solo han perdido el timón sino también la brújula. El PSOE no quiere hablar de ello y a mí, modesto votante, me gustaría mucho saber si piensa gobernar con apoyo de los partidos independentistas y no me acaba de tranquilizar el 'no es no' de Sánchez en Zaragoza sobre el manido referéndum. Me preocupa la reiteración, es como si supiera de antemano que no nos fiamos de él del todo y tuviera que reafirmarlo para convencerse a sí mismo en primer lugar... Yo se que en período electoral se nos promete el oro y el moro (con perdón) sin intención de cumplir y sin que tampoco nadie pida responsabilidades, pero aquí se peca por el lado contrario, en lugar de proclamar, se oculta y en lugar de prometer, se calla.

Por su parte los partidos de derechas, el trío PP-Ciudadanos-Vox, muestra tantos desacuerdos que cuesta imaginar cómo van a coincidir eventualmente en un programa de gobierno. Unos resucitan el aborto, las armas y la prisión perpetua, otros ofrecen cargos ministeriales que aún no han ganado, unos pretenden hacer del toreo un caladero de votos y otros se apresuran a poner toreros en las listas y a los toros en la tele, en una especie de pues yo más que es una actitud torpe porque favorece a los más radicales y porque la gente acaba prefiriendo al original sobre la copia. Y Podemos no necesita radicalizarse porque ya lo está y por eso han surgido tantas deserciones en su seno. Pero muestra sus señas de identidad alternando propuestas populistas hechas con pólvora del rey (a pesar de su confeso republicanismo) y sin mirar si hay dinero en la cartera, con otras pintorescas como la de un «referéndum vinculante» para destituir al presidente del Gobierno cuando a la gente le parezca que «le ha dado la espalda», todo un guiño a la llamada democracia plebiscitaria que debe gustarles por lo manipulable que resulta. Y su líder deja saber que le gustaría ¡ser ministro de Interior!, igual que hace un tiempo pidió ser director del CNI. Esto no es serio.

Y con el panorama de un Congreso muy dividido, Ciudadanos afirma que nunca pactará con el PSOE y eso es otro error porque para hacer cosas hay que sumar y eso exige acuerdos y concesiones, sobre todo cuando hay grandes intereses en juego como ocurre ahora. Vean el papelón de los partidos británicos con el brexit, que ha llevado al país al borde del precipicio. Ya podíamos nosotros aprender de los alemanes y su Gran Coalición o de la capacidad de componendas que muestran portugueses, finlandeses u holandeses. Hasta los italianos han hecho un gobierno entre la Lega y el Movimiento 5 Estrellas, que tienen programas antagónicos pues uno representa a los ricos del norte y otro a los pobres del sur. Aquí no, aquí todos contra todos aunque el acuerdo entre los grandes partidos es imprescindible si de verdad se quiere reformar la Constitución como algunos proclaman con descaro. A mí me gustaría ver juntos a los partidos constitucionalistas para algunas cuestiones básicas en las que nos va mucho, igual que me gustaría un debate televisivo entre los candidatos, como hacen en otros países, para discutir educadamente sobre lo que pretende hacer cada uno. Pero debo de ser ingenuo.

Y si miramos a Cataluña, allí es peor porque no hay gobierno y el que hay hace tiempo que se dedica a propuestas estrafalarias que no resuelven los problemas de los pobres catalanes. Su gobierno, que nunca tuvo mayoría social ahora tampoco la tiene parlamentaria, funciona con los presupuestos de 2017 prorrogados porque es incapaz de aprobar unos nuevos, y cuando su propio parlamento le reprueba y le pide que convoque elecciones o que se someta a una votación de confianza, el inefable Torra dice que de eso nada y que él sigue. Contra todos: contra España, contra media Cataluña y contra su Parlament, en una especie de tiovivo que puede divertir a sus incondicionales pero que no gobierna ni deja hacerlo. La consecuencia es una Cataluña parada, sin inversiones, sin que se tomen decisiones y con listas de espera más largas que nunca en la sanidad. Debe pensar que después de él, el diluvio. Como un nuevo Luis XIV pero de raza catalana superior. Les confieso que ahora cuando me hablan de pragmatismo británico o de seny catalán me entra la risa floja.

Lo dicho, entre unos y otros me tienen perplejo.